Introducción Visitar a una ciudad por primera vez es una experiencia fascinante. Durante estos días tengo el privilegio de visitar a su bella ciudad de Lima, y a donde voy hay para mí novedad. A cada paso hay algo nuevo que ver y escuchar. He visto templos y edificios públicos impresionantes. Escucho hablar a todos en una lengua que es nueva para mí, y estoy aprendiendo algo de las costumbres peruanas. Si podríamos visitar por primera vez a la capital cultural del mundo, como lo hizo Pablo, el impacto en nosotros sería abrumador. En casi cada calle encontraríamos algo nuevo y emocionante al ver la arquitectura impresionante, las esculturas magníficas, los templos asombrosos y los famosos centros de erudición. Tal ciudad fue Atenas en el año 50 DC cuando Pablo la visitó. Llegó a la cuna de la democracia antigua, ciudad de Sócrates, Platón y Aristóteles. La visita de Pablo a Atenas se describe en Hechos 17:16-34, pasaje calificado por Hans Conzelmann como “el documento cristiano más importante de los inicios de una confrontación entre el cristianismo y la filosofía que fue destinada a determinar la historia occidental entera”. La Ciudad Habla Antes que Pablo pudo confrontar a Atenas, Atenas le confrontó a él. Quiero decir que antes que el gran misionero tuvo oportunidad de predicar a los intelectuales de la ciudad, la ciudad misma le estaba comunicando algo de sí. Lo que le llamó la atención a Pablo no fue la nobleza de la ciudad, ni su educación, su arte, o su cultura. Fue la idolatría de Atenas que le impactó. En esa época, Atenas se había llenado de la peor idolatría y por todas partes se veían estatuas e imágenes de los dioses y diosas griegas, y altares para su adoración. La idolatría, es decir la sustitución del Creador por lo que ha creado, es la mayor de las maldades, y cuando Pablo la contemplaba junto con la degradación que había producido, “su espíritu se conmovió dentro de él”. La palabra griega que hemos traducido “conmovió” expresa la idea de una conmoción muy fuerte, un paroxismo, y significa literalmente “se le dio filo”. En otras palabras, la experiencia de estar rodeado de tal despliegue asombroso de habilidad artística, entremezclado con filosofía y superstición, lejos de adormecerle los sentidos a Pablo, más bien le puso en punta, agudizando su percepción espiritual. Lo que veía le dolió, le dio cólera y le conmovió, impulsándole a hacer algo para ayudar a los atenienses, tan sabios y a la vez ignorantes; con tanta riqueza cultural pero tan empobrecidos en espíritu. ¿Pero qué podría hacer Pablo para ayudarles? No tenía ni poder político ni habilidad artística. ¡Sin embargo, sí tenía libertad para hablar, entendía el pensamiento y cultura griegos, hablaba griego con facilidad y tenía novedades para los atenienses! En Atenas había un lugar que pudo haber sido diseñado para su uso, el ágora o plaza del mercado. Allí le esperaba una audiencia a la expectativa ya que a los atenienses les encantaba escuchar y debatir las ideas novedosas. El lema de Atenas pudo haber sido la pregunta:"¿Qué novedad hay?”. El ágora fue el lugar de preferencia para encontrarse informalmente y debatir los temas del día. Doctrina Nueva Fue en el ágora que la ciudad le habló a Pablo por segunda vez, a través de las voces de los filósofos estóicos y epicúreos mientras debatían con él. Esos hombres hablaban en forma despectiva de Pablo. Decían que era charlatán, o picoteador de semillas, su jerga para describir a los que recogían pedacitos misceláneos de filosofía. A la vez sus intentos de comprender su enseñanza resultaron en confusión. Parece que pensaban que intentaba añadir dos dioses nuevos al panteón griego. Su frase “Jesús (Iesous) y la resurrección (anastasis)” habrá sugerido a sus mentes una idea como “El Sanador y su pareja la Restauradora”. De todas maneras tuvieron suficiente curiosidad con respecto a la doctrina novedosa de Pablo para invitarle a presentarse ante el concilio del areópago con la finalidad de explicar su filosofía en un lugar más tranquilo que el mercado. El areópago fue la institución más venerable de Atenas, y mantenía todavía su autoridad tradicional en temas de religión y moralidad a pesar de haber ejercido una influencia disminuida frente al crecimiento de las ideas democráticas. Les parecía natural escuchar y poner a discusión en ese foro la nueva enseñanza proclamada por Pablo. El areópago recibió su nombre de su primer lugar de reunión en la colina de Ares, dios de la guerra, llamado Marte por los romanos. En el tiempo de Pablo normalmente se reunía en el stoa basileios, lugar de reuniones públicas cerca del mercado. Así aconteció que el primer gran misionero cristiano al mundo griego pudo predicar a algunos de los principales intelectuales de la época. Podemos sentir el drama de la situación cuando leemos el relato de Lucas: “Pablo se paró en el areópago y dijo:”Hombres de Atenas, en todo observo que son muy religiosos””. No parece que les insultaba llamándoles supersticiosos, sino simplemente destacaba su reverencia para los dioses, o espíritus, aunque es cierto que la palabra traducida ‘religiosos’ es ambigua ya que puede usarse para evaluar favorable o despectivamente, dependiente del punto de vista. Esta declaración inicial de Pablo habrá despertado aún más la curiosidad de su audiencia para oír sus explicaciones. Como evidencia en apoyo de su evaluación de la sociedad ateniense, Pablo citó las palabras fascinantes que vio sobre un altar, mientras paseaba por la ciudad: "AL DIOS DESCONOCIDO”. Varios escritores antiguos confirman que había tales altares en Atenas. Uno de ellos, por ejemplo, reporta cómo Epimenides de Creta pudo contener una plaga en Atenas con la construcción de altares a dioses desconocidos. Es de notar que Pablo citó un poema de este mismo Epimenides más adelante en su discurso: “Porque en él vivimos y nos movemos y somos”. También citó a Aratus, paisano suyo de Cilicia: “Porque linaje suyo somos”. Por medio de la inscripción del altar y las palabras de los poetas, la ciudad le habló a Pablo una vez más. Pablo Escuchó Está claro que Pablo escuchó la voces de la ciudad y asimiló todo lo que le dijeron, porque su discurso en el areópago llegó a ser declaración clásica de las verdades cristianas para la mente griega en palabras comprensibles para ella. Para poder hablar a la ciudad con efectividad, como lo hizo Pablo, es necesario escuchar primero las voces de la ciudad con tanto cuidado como lo hizo él. Tendremos que escuchar las voces diversas y confundidas de nuestro mundo postmoderno de hoy si queremos lograr una comunicación efectiva hacia él. ¿Qué aprendió Pablo de Atenas? Primero, aprendió que esa ciudad estaba sumergida debajo de las aguas de la idolatría. La idolatría es la adoración de lo que está a la vista, de la forma visible o de la imagen, y era la característica más prominente de la religión griega, y también de casi todas las demás religiones del mundo, con la excepción del cristianismo verdadero y las religiones derivadas de él; el judaísmo y el Islam. La idolatría no es solamente característica visible de la mayoría de las religiones, sino característica esencial. La idolatría de Atenas, aparentemente dedicada a la adoración de dioses y diosas sobrenaturales, fue en la práctica adoración de los procesos naturales de los cuáles dependía la ciudad, y también de aspectos de la sociedad humana de la ciudad. Los dioses y diosas son todos dioses de algo, por ejemplo dioses del cielo, de la luna, de la cosecha, del amor, y de la guerra. Aunque la religión griega tuvo sus raíces en la antigüedad, fue en el siglo cinco AC, durante el período del gran florecimiento de la civilización, filosofía y drama griegas, que se identificó con la institución del polis. Para los griegos el polis, traducido como ‘ciudad’ o ‘ciudad estado’, fue toda la vida y actividad comunales de una comunidad. Para los practicantes de la idolatría griega, a nivel popular lo que adoraban era, probablemente, el oro, la plata o la piedra costosa de que fue hecho el ídolo. En un nivel más profundo, se adoraba más los procesos naturales o sociales vitales para la ciudad y representados por el ídolo. Es reconocido que la iglesia católico romana adoptó muchas de las actitudes idólatras del mundo pagana para evangelizarlo. También en nuestra época postmoderna hay un resurgimiento de la idolatría que viene de fuentes como la religión oriental, el paganismo antiguo de los celtas europeas, y la religión indígena norteamericana. Se ha usado la frase general ‘la nueva era’ para referirse a estas idolatrías contemporáneas, que tienen como base común la creencia panteísta que la naturaleza, o algunos procesos de ella, es divina. Hoy es tan probable que nos encontremos con personas idólatras en Edimburgo o Lima como lo fue para Pablo en Atenas. Impersonal La segunda forma en que Atenas le habló a Pablo fue a través de los filósofos con quienes conversó. Ellos representaban la empresa filosófica griega para esa época. A los griegos les inquietaba la búsqueda de la unidad profunda que subyace la complejidad superficial del mundo. Sus grandes pensadores les habían dejado un problema sin solución. Si el ‘uno’ era personal y moral, entonces tuvo límites porque existía también la maldad. Así pensaba Platón. ¿O era el ‘uno’ impersonal y sin límites, y entonces amoral, como creía Aristóteles? Los mitos religiosos populares encerraban el mismo problema. Por un lado estaban los dioses como Zeus que era personal, semejante a un hombre y limitado, y por el otro lado estaba el destino (ananke) que era impersonal e ilimitado. En la época de la visita de Pablo a Atenas, prevalecía la opinión a favor de lo impersonal. Tanto los estóicos como los epicúreos creían, en formas diferentes, que el hombre está envuelto por los procesos impersonales del cosmos. Las ideas básicas de ambos grupos son muy conocidas en el mundo postmoderno. Los estóicos creían que el factor que unifica al universo es un destino impersonal y, a la vez, racional. Al destino le dieron el nombre de logos, o razón, identificado comúnmente por ellos con dios. Decimos, entonces, que los estóicos eran panteístas que creían que no hay dios aparte de la naturaleza. Concluyeron que el hombre debe vivir regido por la razón, siendo autosuficiente e inflexible. Esta forma de pensar tiene, evidentemente, muchos paralelos en las épocas recientes, incluyendo la interpretación marxista y determinista de la historia, el determinismo de la psicología conductista, y la forma del hombre que dice “lo qué será, será”. En contraste, los epicúreos creían que a los dioses ya no les interesa de ninguna manera el mundo, cualquiera que haya sido su rol en su creación. Decían que la fuerza que ahora sostiene el universo es el movimiento totalmente impersonal y al azar de las partículas atómicas y sus mutuas combinaciones. El hombre, entonces, está hecho de tales partículas atómicas y cuando se desarticulan en el momento de su muerte, deja de existir. La consecuencia de todo esto es que un hombre debe dedicarse a cultivar su propia felicidad. Nuevamente, estas ideas antiguas encuentran eco en nuestra época. Algunos biólogos, como Francis Crick, ganador del premio Nóbel por sus estudios del ADN, enfatizan el rol del azar como factor gobernante en el desarrollo evolucionista. El adicto a los juegos de azar también cree en la suerte. Nos interesa observar que ni el estoicismo ni el epicureismo difieren en forma significativa de la religión popular en cuanto a su enseñanza que el hombre es parte de los procesos impersonales de la naturaleza. La Atenas Agnóstica El altar al dios desconocido también es testigo mudo que le hablaba a Pablo de las necesidades de Atenas. Ninguno de los dioses de la ciudad, ni todos sus dioses juntos, serían capaces de satisfacerlas. Los dioses de los epicúreos estaban demasiado lejos y su materialismo demasiado pesimista para ayudar. De igual manera, el logos de los estóicos era demasiado ciego e impersonal. Se levantaba un grito de angustia que suplicaba que viniera alguien a llenar el vacío, pero Atenas no conocía a nadie capaz de responder. Aquí también se podría decir lo que Pablo escribió a los corintios: "El mundo, por la sabiduría, no logró conocer a Dios” (I Corintios 1:21). Tal vez dirían los griegos que tal ignorancia de su parte era solamente un vacío pequeño, pero era, en realidad, un defecto fatal que arruinaba su filosofía entera. Los griegos habían establecido a la mente humana como el instrumento de medida de todas las cosas. Y mientras continuaban así jamás podrían hacer el descubrimiento más importante de todos. De manera similar, está claro por qué la filosofía y agnosticismo griegos no produjeron la ciencia. Los griegos pusieron su sabiduría preconcebida en una posición más elevada aún que la observación precisa de la naturaleza. El movimiento científico moderno comenzó solamente después que la reforma rechazó la filosofía de Aristóteles, y hombres como Francis Bacon comenzaron a “leer el libro de las obras de Dios manifestadas por su creación”. Sin embargo, Pablo detectaba una nota más positiva. Los poemas que citó se referían a Zeus como ser supremo del panteísmo griego, que, aún en sus expresiones más nobles, distaba mucho de la revelación bíblica. En cuanto a esto, Pablo nos hace recordar una verdad importante cuando leemos lo que dijo a la gente de Listra: “Dios no nos dejó sin testimonios de su existencia” (Hechos 14:17). Dios hizo al hombre y lo colocó en un ambiente relacional, y por esta razón el hombre, de vez en cuando, expresa la verdad a pesar de ser pecador, y a pesar de tener una filosofía errónea. Debemos recordar que toda verdad es de Dios, y debemos desarrollar la capacidad para reconocerla, darle la bienvenida y utilizarla, cualquiera que sea su procedencia. Para poder hacer así, debemos dedicarnos primero a escuchar. Para poder comunicarle el evangelio de manera efectiva a la ciudad y al mundo, debemos escucharle para comprender lo que nos dice a través de su música, su poesía, su literatura, su cine, su televisión, sus filósofos, sus científicos y las voces de la gente en el mercado. Una Dificultad Todas las conclusiones a las cuales hemos llegado en cuanto a Pablo en Atenas están fundamentadas sobre la presuposición que lo que decía allí está en armonía con el resto del pensamiento paulino expresado en los libros del Nuevo Testamento. De esta manera lo dicho por Pablo en Atenas se constituye en ejemplo del modelo provisto por Dios para nuestra predicación en la ciudad agnóstica. Esta presuposición ha sido cuestionada de dos maneras, ambas objeciones basadas en la misma idea equivocada, de que Pablo en Atenas cambió su mensaje para agradar a sus oyentes. Algunos consideran que, de ser así, fue muy loable de parte de Pablo. Dicen que es necesario hoy modificar el evangelio para que el “hombre científico lo comprenda y acepte. Otros, mientras no comparten en absoluto tales conclusiones, están de acuerdo con la idea que Pablo modificó su mensaje en Atenas y creen también que, al ver los resultados decepcionantes, volvió pronto a su práctica anterior de predicar a “Cristo crucificado” en Corinto (Hechos 18:5, I Corintios 1:23; 2:2). Malentendido Si fuera cierto que Pablo cambio el evangelio en Atenas, tendría consecuencias profundas o para nuestra teología o para nuestra evangelización. Sin embargo, creo que es un malentendido de los más graves pensar que Pablo acomodó la verdad cristiana al pensamiento griego para impresionar a sus oyentes. Consideremos con cuidado lo que cambió y también lo que no cambió. Primero, está claro que Pablo no citó directamente las escrituras del Antiguo Testamento como lo hizo en Antioquía de Pisidia (Hechos 13:16-41). ¿Pero hasta dónde este hecho puede apoyar la objeción que estamos evaluando? Son muchos los pasajes en las cartas de Pablo donde no cita directamente las escrituras (por ejemplo Romanos 1: 18-32) y, aunque sin citas, el discurso de Pablo en el areópago estaba lleno de énfasis veterotestamentarios y formas de expresión (por ejemplo, véase Isaías 42:5; 40:18ss; Deuteronomio 4:7; 10:14; 32:8; Salmos 50:10-12; 96:13; I Reyes 8:27; Job12:10; Malaquías 2:10 etc.). No es difícil encontrar la razón por no citar las escrituras en esa ocasión. Mientras en Antioquía de Pisidia Pablo se dirigía a judíos en una sinagoga, acá en Atenas se dirigía a griegos que ni conocían ni apreciaban las escrituras. No se hubiera ganado nada citando el Antiguo Testamento para tal audiencia. Lo que Pablo estaba cambiando fue su presentación y no el contenido de su mensaje. De igual manera, el hecho que citó a los poetas griegos Epimenides y Aratus no implica de ninguna manera que estaba modificando el evangelio. Al contrario, esta forma de proceder está de acuerdo con su creencia que los hombres “detienen con injusticia la verdad” (Romanos 1:18). El ser humano pecador es todavía capaz de declarar una verdad, aunque sea entremezclada con error e inmoralidad. Nuevamente se ve que lo que Pablo cambió era su método de presentación. Citar los poetas griegos en la sinagoga no le hubiera ayudado mucho a su audiencia a comprender el mensaje, y de igual manera el citar las escrituras en el areópago tampoco hubiera ayudado mucho a la audiencia. Cristo Crucificado Algunos argumentan que no solamente la presentación sino el contenido del discurso de Pablo en Atenas difiere notablemente de lo que predicó en Antioquía de Pisidia y en Corinto. Sin embargo, las diferencias deberían pesar en el argumento solamente en el caso de poder demostrar que lo dicho en Atenas contradice lo que decía en otros lugares. Es cierto que en el areópago habló de Dios como creador y juez, y también habló del hombre como criatura especial de Dios, pero está igualmente claro que expresó esas verdades también en otras ocasiones, como demuestran Hechos 14:15-17 y Romanos 1:18-2:16. No se podría considerar Romanos 1:18-2:16 como etapa preliminar y experimental de la reflexión de Pablo. Al contrario representa la reflexión madura del gran apóstol escribiendo bajo la inspiración del Espíritu Santo. Sería erróneo insistir que Pablo hubiera predicado el evangelio de una manera estereotipada. Proclamaba los aspectos específicos de “todo el consejo de Dios” que consideraba pertinentes a su audiencia. Los judíos tenían que saber que Jesús es el Cristo, mientras los griegos tenían que saber por qué necesitaban el Cristo. Todos estos argumentos están bien, pero queda todavía la pregunta:"¿Por qué no proclamó Pablo a Cristo crucificado cuando habló en Atenas?” Sería posible dar varias respuestas aceptables, mientras rechazamos la respuesta inaceptable e innecesaria que omitía a propósito cualquier referencia a la cruz para no ofender. Primero, se podría decir que Lucas nos ha dado un resumen de los argumentos principales que utilizó Pablo y no un reporte detallado de todo lo que dijo. Segundo, se puede notar que parece altamente probable que le interrumpieron a Pablo cuando mencionó la resurrección (Hechos 17:32) y que después de esto no hubo más oportunidad para dirigirse a la asamblea para poderles hablar de la cruz. Tercero, se puede notar en el reporte del discurso que Pablo señaló claramente a Jesús como el hombre nombrado por Dios a resolver el problema del pecado y a quien Dios levantó de entre los muertos (Hechos 17:31). Está claro que la resurrección de Jesús fue precedida por su muerte, y que el ser nombrado por Dios implica que Jesús tuvo un rol crucial en determinar el destino final de los seres humanos. En resumen, se puede ver que están presentes todos los elementos del evangelio en esta última declaración de Pablo. “Nosotros predicamos a Cristo crucificado” es la culminación del sermón de Pablo tanto en Atenas como en Antioquía de Pisidia y en Corinto. Decepción Queda por comentar todavía el argumento que Pablo, después de sufrir una decepción en cuanto a los resultados pobres de su predicación filosófica en Atenas, volvió a proclamar “el evangelio sencillo” cuando llegó a Corinto. Preguntemos primero: ¿Por qué estaría decepcionado Pablo al salir de Atenas? Lucas nos informa que “algunos creyeron, juntándose con él” como resultado de su presentación en el areópago (Hechos 17:34). Lucas reporta el detalle que uno de los integrantes del areópago llamado Dionisio estaba entre ellos. Este resultado sería motivo para regocijarse y no decepcionarse. Podríamos aún concluir que si Pablo se hubiera decepcionado después de eso, sería culpable de ingratitud hacia Dios. No sería motivo de decepción hoy si la prédica de un evangelista en una universidad resultara en la conversión de uno de los catedráticos. Segundo, si examinamos con cuidado lo que Pablo escribió en I Corintios 2:2 veremos que no dice allí que cambió su prédica cuando llegó a Corinto; más bien dice lo contrario. “Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado”. En otras palabras dice: “No cambié mi mensaje cuando llegué a Corinto, sino continuaba predicando a Cristo crucificado”. Tal interpretación encaja bien con todo el argumento de los capítulos uno y dos de I Corintios. No está haciendo una comparación entre su prédica en Atenas y su prédica en Corinto, sino compara la sabiduría de Dios con la sabiduría del hombre. Tanto en Corinto como en Atenas, la sabiduría humana rechazó la sabiduría de Dios (Hechos 17:32; 18:6). Adicionalmente, podemos observar que, si Pablo en Atenas modificó el evangelio para no ofender a su audiencia, lo hizo de manera muy torpe al mencionar dos temas que parecen calculados precisamente para ofenderles. Primero se refirió a la unidad de la raza humana (v 26). En cuanto a esto los atenienses se creían distintos de todas las demás razas. Creían que eran autochthonos, y como si se hubieran brotado del suelo de su país de Ática. Segundo, en su discurso Pablo habló de la resurrección de Jesús (v.31). Para esa audiencia la idea de resurrección les hubiera ofendido más que la idea de la crucifixión. Aeschylus el dramatista, en su obra Euménide, describiendo el origen del areópago pone las siguientes palabras en boca del dios Apollo: “Cuando un hombre muere y la tierra traga su sangre, no hay resurrección”. Los griegos consideraban al cuerpo como un estorbo para la vida verdadera. Es evidente, a la luz de estas aclaraciones, que Pablo no alteraba el evangelio para conformarlo a los prejuicios de sus oyentes atenienses. El Mensaje Ahora podemos considerar el contenido del mensaje de Pablo para los areopagitas. Enfatiza los tres fundamentos de la verdad que proclama el cristianismo; la verdad en cuanto a Dios, en cuanto al hombre y en cuanto a la salvación. Llama la atención que Pablo no comenzó su presentación del evangelio con la cruz, o aún con el fracaso moral del hombre, sino con la perspectiva cristiana sobre Dios y el hombre. El discurso en el areópago no es caso único, sino parece seguir el método normal utilizado por Pablo para presentar el evangelio a los que no estaban familiarizados con la verdad como la Biblia la presenta (Hechos 14:14-17) y Romanos 1:18-25). Este procedimiento me parece muy lógico y debe ser nuestro modelo hoy para predicar a las personas que no conocen la Biblia., Es precisamente porque Dios es lo que es, y porque el hombre es también lo que es, que el pecado se ve tan destructivo y la cruz tan gloriosa. Las doctrinas de Dios y del hombre deben ser prioridades para nuestra evangelización y para la instrucción de nuestros hijos. Las enseñanzas de los estóicos y los epicúreos le confrontaban a Pablo con dos verdades distorsionadas en cuanto a Dios. Los epicúreos enfatizaban la trascendencia o separación absoluta entre Dios, o los dioses, y el mundo creado hasta tal punto que a los dioses no les interesaban para nada ni el mundo ni el hombre. Para ellos no había posibilidad alguna de entrar en relación personal con Dios. Era imposible para ellos conocer a Dios o a alguno de los dioses. Al otro lado, los estóicos eran panteístas y creían que Dios es totalmente inmanente y envuelto en el mundo, en el sentido que no hay nada de Dios fuera del mundo. Para ellos Dios era solamente el “alma” racional del cosmos. Es vital para nosotros descubrir como Pablo combatía estas ideas ya que han resurgido en nuestra época. En el pensamiento popular, persiste el concepto deísta de un Dios que inició al mundo como el relojero hace funcionar al reloj y luego no lo ve jamás. Simultáneamente, en nuestra época, el panteísmo de las religiones orientales y la Nueva Era ejerce una influencia enorme. Estas ideas tienen en común la despersonalización de Dios. Dios llega a ser simplemente una palabra para referirnos a todo lo que no comprendemos en cuanto al mundo. De todas maneras, según estos conceptos, es imposible entrar en relación personal con Dios. Un Dios Personal Pablo afirma tres verdades en cuanto a Dios. Enfatiza su verdadera trascendencia, su verdadera inmanencia y también que es tanto personal como sin límites. Dios es trascendente porque creó el mundo (v.24). No depende del cosmos ni del hombre para su existencia, sus planes o su poder. Al contrario el universo y la raza humana dependen totalmente de él (v.24,25). Es urgente expresar la soberanía de Dios hoy, no para combatir las doctrinas arminianas sino para combatir el panteísmo en todas sus formas. Dios también es inmanente en su creación. No es cierto que lo ha puesto a funcionar como un relojero y luego lo abandonó. Dios está obrando continuamente en el universo sosteniendo la vida (v.25, 28), y desenvolviendo sus propósitos soberanos. La característica principal de la enseñanza de Pablo es la personalidad de Dios. No hablaba de una fuerza ciega e impersonal, sino de un Espíritu personal que nos conoce. Crea (v.24), planifica (v.26), tiene propósitos (v.27), y da órdenes (v.30). Las fuerzas impersonales o los principios o las ideas no pueden actuar así. Solamente el Dios viviente que nos revela la Biblia es a la vez sin límites y personal. Es de vital importancia que predicamos enfatizando que Dios es trascendente, inmanente y personal. La Imagen de Dios Pablo sigue su discurso declarando otro principio fundamental del cristianismo. El Dios principal creó a sus “hijos” únicos, la raza humana, para entrar en relación personal consigo (v.26-28). Esta enseñanza encierra cuatro elementos. Primero, que la raza humana es una raza (v.26). Dios ha hecho a todas las naciones de la humanidad del primer ser humano Adán. Esta enseñanza es el único antídoto al racismo cualquiera que sea la forma que tome, sea la ateniense antigua, la fascista moderna o la del apartheid. No hay razas distintas de negros, blancos, arios o judíos. Hay una sola raza humana con un ancestro común a todos los hombres, Adán. Ni el evolucionismo ni el humanismo tiene respuesta tan radical al racismo. Al contrario la semilla del racismo está en ambos. Segundo, los seres humanos somos hijos de Dios (v.29). Como hemos comentado, Pablo utiliza acá el lenguaje de los poetas griegos. Si su audiencia hubiera sido judía, sabemos con certeza cuál pasaje citaría: “Y creó Dios al hombre a su imagen (Génesis 1:27). La relación única entre Dios y el hombre solamente puede describirse en términos de la relación entre un nov y su padre (Génesis 5:1-3). De la misma manera que un niño es semejante a su padre, así el hombre es portador de la semejanza de Dios. Una parte de esta semejanza, la integridad moral, se perdió en la caída y solamente es renovada en Cristo (Colosenses 3:10; Efesios 4:24; Romanos 8:29). Tal vez hemos olvidado el aspecto de la imagen de Dios que Pablo enfatizó en Atenas, es decir la semejanza que permanece aún en el hombre caído. Todo el argumento de Pablo en contra de la necedad de la idolatría está fundamentado sobre el hecho que el hombre sigue siendo imagen de Dios. El hombre no necesita otra imagen de Dios y ninguna imagen material o impersonal es adecuada. Esta referencia de Pablo a la imagen de Dios que persiste en el hombre a pesar de la caída no es única, como se puede ver en Génesis 9:6, I Corintios 11:7 y Santiago 3:9. ¿Cómo puede un hombre pecador ser semejante a Dios? La respuesta no tiene que ver con su fracaso moral sino con su constitución metafísica. Cuando pecó no se convirtió ni en animal ni en demonio. Seguía siendo hombre. Los pasajes pertinentes, especialmente Génesis 1:26; 2:18-20; 9:1-6 y el Salmo 8, enfatizan todos la dignidad humana única y distinta de la creación animal. Es precisamente por la diferencia entre el hombre y el animal que podemos percibir su semejanza a Dios en su habilidad creativa, y en su capacidad para elegir, hablar y amar; en otras palabras por sus cualidades personales. Es urgente enfatizar esta verdad bíblica de nuevo en nuestra época. La ciencia materialista nos dice que somos solamente máquinas biológicas complejas, y la tecnología industrial avanzada nos muestra que no son tan buenas. Una propaganda diseñada para vender autos proclamaba que cierto modelo fue “hecho a mano por los robot”. Podría parecer gracioso para muchos, menos par el hombre que fue despedido porque un robot ya hacía su trabajo. En los ojos de muchos el hombre vale menos que la máquina. Muchos se preguntan si vale la pena vivir su vida. Tal hombre necesita oír las palabras del evangelio diciéndole: “¡No te preocupes! ¡Vales más que muchas avecillas!”, y también que muchos “chip” de silicona. La Razón de Ser El tercer énfasis que Pablo hizo en su discurso fue que el hombre ha sido creado y su vida ordenado por Dios, quien le dio el propósito específico de buscar y encontrar a su creador. La razón de ser del hombre es “glorificar a Dios y gozar de él para siempre”, como dice el catecismo de Westminster. La razón de ser del hombre es disfrutar de una relación personal y permanente con el creador personal. Esta declaración es un elemento esencial de la presentación de la verdad cristiana. La vida del hombre no carece de sentido. El hombre tiene una razón para vivir; amar a Dios su creador, personal y sin límites. Cuarto, el hecho lamentable es que el hombre no buscó a Dios. Al contrario, ejerció su creatividad torcida para inventar a dioses sustitutos (v.29). Esta es la maldad más grande, la de adorar a la criatura en vez del creador (Romanos 1:25). Por actuar así el hombre es culpable y Dios lo llevará ciertamente al juicio (v.31). De esta manera Pablo enfatiza otros ingredientes esenciales del evangelio; la seriedad del pecado y la certeza del juicio final. Después de estas declaraciones Pablo llegó al punto principal de su discurso con las buenas noticias de la misericordia de Dios. Sus palabras son pocas, pero está claro que resaltan tres aspectos importantes. Dios ha designado a un hombre para resolver el problema de nuestro pecado, ha provisto evidencia objetiva de esta labor en levantarlo de entre los muertos, y por lo tanto ordena a todos en todo lugar a arrepentirse (v.30,31). En Atenas, como en otros lugares, la predicación de Pablo está centrado en “Jesús y la resurrección” (v.18), y toda verdadera predicación del evangelio tiene que apuntar a lo mismo. El postmoderno siglo XXI no tiene más esperanza que los estóicos o los epicúreos en cuanto a la vida después de la muerte del cuerpo. Hoy la gente necesita urgentemente oír de nuevo del que conquistó al pecado y también a la muerte, del que desaparece nuestra culpa y nos da esperanza. Como en Atenas habrán siempre en nuestras audiencias los que se burlan y los que postergan la consideración seria del evangelio mientras siguen abrazados con sus ídolos vetustos y ciegos en vez de inclinarse ante el único Dios que hay. Sin embargo, por la gracia de Dios, habrá también otro Dionisio, y otra Damaris y otros también con ellos. Rvdo Alex MacDonald, Buccleuch and Greyfriars, Edinburgh, Iglesia Libre de Escocia. Conferencia en el SEL, octubre 2003 |