Comparto con ustedes esta reflexión luego de una semana donde la Iglesia local de la que soy miembro fue sacudida por la muerte de dos hermanos a los que despedimos en un intervalo de cuatro días. Hace un poco más de un año habíamos dado el último adiós a un gran hermano y amigo. No les voy a negar que estamos adoloridos y que pasara un tiempo para que nos recuperemos de este episodio de valle de sombre de muerte por donde hemos pasado. La semana pasada compartí con ustedes “Gozo en medio del sufrimiento” cuando ya estábamos en las dos situaciones pero sin desenlace.
¿Que nos queda a nosotros de todo esto?.
Muchos nos preguntamos el porqué de la muerte de la gente buena y la primera respuesta es que Dios en su soberanía así lo decidió y Él sabe las razones. El y la historia nos darán la respuesta. La segunda es que la muerte es una realidad que todos tendremos algún día que enfrentar.
¿Qué podemos aprender de todo esto?.
En primer lugar lo que nos dice Dios atraves de este tipo de circunstancias es que todos tenemos que estar preparados para partir en cualquier momento de la vida. Esa preparación tiene que ver con una vida de santidad, consagración, obediencia, devoción, adoración y entrega al Señor. Vivir este tipo de vida nos dará la seguridad y tranquilidad de que al momento de nuestra partida iremos al Reino de los Cielos, a estar con Él, a su presencia.
En segundo lugar, el dolor une. El dolor y el sufrimiento producen unidad en la Iglesia. La unidad que en condiciones normales sacrificamos por pequeñeces y nimiedades que no valen la pena. Podemos tener buen ambiente, buena comunión sin unidad. Esa es una de nuestras paradojas. Los hermanos que sufren deben sentir y tener el apoyo de una comunidad que los respalda. En la carta a los Colosenses la Palabra nos enseña que debemos amarnos, soportarnos y tolerarnos.
En tercer lugar, el dolor y el sufrimiento hacen que brote el amor que en circunstancias normales no se expresa. Qué difícil es para nosotros expresar amor. Dios nos dice que amemos al prójimo como a nosotros mismos. Dios nos está llamando a amar sin condiciones y de la misma manera que Cristo no amo a nosotros. El apóstol Juan escribe: “El amor cubrirá multitud de pecados”.
En cuarto y último lugar, el dolor forja la Iglesia, el dolor debe traer crecimiento y madurez a la Iglesia. Crecimiento en la consagración, en la unidad y en el amor. Si no es así el dolor y el sufrimiento habrán sido en vano.
Adoramos a Dios por su amor, fidelidad y misericordia. El dolor y el sufrimiento no pueden superar la fe.
El apóstol Pablo dijo: “Prosigo a la meta, dejando lo que queda atrás”.
Dios les bendiga
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