A partir de un escrito del Hermano Ricardo Gondim, me permiti añadir algunas reflexiones. Gracias hermano por su visión del gadareno.
El escrito original: http://gondimenespanol.blogspot.com/2008/01/sobre-personas-y-cerdos.html
Había una vez una pequeña ciudad llamada Gadara, que era muy, muy pequeña. Quedaba a un lado del mar de galilea, en Decapolis. Sus habitantes en su mayoría no eran judíos. Solo había que cruzar el mar al otro lado. Se hablaba una lengua extraña y se comía otra clase de alimentos. La circulación de personas en esa frontera facilitaba no solo el intercambio comercial, sino que también las relaciones entre los habitantes se desarrollaban cordialmente. Los niños de ambos países crecían bilingües, y, además, transculturales.
Jesús se monta en la barca, enfrenta una tormenta natural, circunstancia que aprovecha para darle a sus discípulos una lección de fe y confianza en su Señor. Llegan al otro lado a una aldea olvidada y enfrentan ahora una tormenta pero humana, la tormenta de un hombre olvidado, ignorado por la sociedad quien indiferente veía su sufrimiento pero no se conmovían ante su situación. Después de arribar a Gadara, un lunático, poseso por una legión de espíritus malignos, vino a su encuentro. El estado de este ciudadano anónimo era lamentable. Inmundo, vivía en tenebrosos cementerios. Nunca se supo acerca de sus familiares, sus traumas y heridas de la adolescencia o de sus perversiones morales. ¿Cómo llegó a corromperse tanto?. Nadie sabía, y todos se conformaban con su decadencia. Se divulgaron versiones de su fuerza descomunal. Algunas veces, estando encadenado, se soltaba y resurgía para aterrorizar a los niños que, seguramente, volvían a contar y agrandar la historia del «monstruo de los sepulcros».
Durante la noche se escuchaban sus gritos. El gadareno quería ser libre; buscaba recuperar su vida, pero no lograba encontrarla. En la desesperación por arrancar de dentro del alma tanta degradación, desarrolló manías autodestructivas. Por la mañana, era común verlo mutilado por los cortes hechos con piedras. Jesús dialogó con los demonios que lo poseían. En esa corta conversación, y para dejar al loco en paz, la legión de demonios recibió de Cristo el permiso para poseer una manada de cerdos que pacían a la redonda. Cuando los demonios entraron en los cerdos, ellos se desesperaron y se precipitaron hacia un abismo. Se cuenta que los que cuidaban los cerdos huyeron. Al contar estos hechos en la ciudad, el pueblo fue a ver lo que había acontecido.
La sorpresa fue absoluta. Todos fueron testigos. El hombre que había estado cautivo por una legión de demonios ahora se encontraba sentado, vestido y en perfecto juicio. El hombre olvidado, el hombre que no le importaba a nadie, el hombre que no había tenido una oportunidad en su vida ahora estaba sentado, aseado y vestido. Jesús lo libero pero también le proveyó vestido. Le dio un nuevo aspecto. La noticia corrió, y cuando los curiosos relataron lo que había sucedido al gadareno y a los cerdos, el pueblo de la ciudad se reunió para expulsar a Jesús de allí. No hubo caso. El Nazareno se vio obligado a retirarse del territorio.
¡Que extraño! Mientras un ser humano padecía bajo la destrucción de fuerzas satánicas, nadie tomó ninguna previsión para rescatarlo. En el momento en que se constató el perjuicio financiero, se hizo necesaria la expulsión de Jesús. Él amenazaba el equilibrio económico de la región: «nuestro estilo de vida no es negociable», repetían. Sin embargo, antes de partir, Jesús dejó una lección de moral a aquella comunidad judía (que desde su formación tenía prohibido tocar, criar o comercializar cerdos): «¡que vergüenza, ustedes aprendieron a amar un cerdo más de lo que aman a una persona!».
Hoy en día es igual, hombres y mujeres divagan por el mundo sin oportunidades, hombres y mujeres divagan por nuestras ciudades sin oportunidades, hombres y mujeres divagan sin oportunidades por nuestros barrios. Vale más nuestra comodidad, es más fuerte nuestro egoísmo que nuestra sensibilidad y amor hacia el prójimo necesitado. Cuando Jesús relata la parábola del buen samaritano (Lucas 10:25-37), dice que cuando el hombre vio al otro tendido en la tierra se conmovió hasta sus entrañas y tuvo de el misericordia, lo curo, lo recibió, lo llevo al mesón y pago sus cuentas. Esa es la actitud y el comportamiento que Jesús quiere de nosotros. En el caso de este hombre, Jesús se traslada casi 40 kilómetros para encontrarse con este hombre. Pienso que este encuentro fue calculado por el Señor, planeado para decirle a sus discípulos y a nosotros hoy que esos hombres olvidados, que esos hombres a los que nadie mira, que esos hombres que nadie se preocupa por ellos, son los hombres que nosotros tenemos que buscar para ayudarlos a ser libres no solo de las garras del diablo sino también de la miseria humana, de la miseria material y poder abrirles la puerta a una nueva vida.
Hoy en día hay muchas organizaciones, clubes, ongs y demás, empresarios foros económicos que hablan de ayuda humanitaria pero son pocos los resultados. Sacerdotes, pastores y rabinos predica y enseñan buenos mensajes teológicos, en otros casos ni siquiera el énfasis es en lo material. Los políticos prometen acciones en época electoral. Ninguna fundación se ocupo de mitigar su sufrimiento. El hombre olvidado seguía preso, esclavizado a fuerzas mayores que él. Hoy se habla mucho pero se hace poco o nada.
Y lo más triste, en el momento en que se constató el perjuicio financiero, se hizo necesaria la expulsión de Jesús. Él amenazaba el equilibrio económico de la región: «nuestro estilo de vida no es negociable», repetían. Sin embargo, antes de partir, Jesús dejó una lección de moral a aquella comunidad judía (que desde su formación tenía prohibido tocar, criar o comercializar cerdos): «¡que vergüenza, ustedes aprendieron a amar un cerdo más de lo que aman a una persona!».
Gadara es la metáfora del mundo. Las naciones siguen amando a los cerdos, a lo material más de lo que aman a mujeres y hombres. Lógico, una mascota vale más que un niño de la calle.
Mientras los religiosos vociferan sus sermones más entusiastas, mientras los políticos alternan debates sobre el futuro de la humanidad, mientras los banqueros multiplican sus lucros, muchos pobres necesitan ser restituidos a la vida y recuperar su dignidad para poder abrazar a sus familiares.
La historia continúa y Jesús de Nazaret sigue siendo un estorbo. Mientras él considera que un alma vale más que el mundo entero, las naciones mantienen esa extraña predilección por los cerdos.
En Mateo 25:31-46, Jesús narra cómo será el juicio a las naciones en lo que tiene que ver con nuestra actitud hacia el prójimo necesitado. Es más, el pueblo de Dios no ha entendido que es bendecido para compartir con los que no han sido bendecidos. Como así? Muchos de nosotros hemos tenido oportunidades, hemos progresado, hemos avanzado, hemos multiplicado los talentos y la pregunta seria ¿Para qué?. ¿Qué hemos hecho con ellos?. El contexto inmediato del juicio a las naciones me dice claramente que los talentos se multiplican gastándolos en beneficio de los demás. En el Reino gastar es consignar. Los talentos nunca serán multiplicados si no los inviertes en ayudar a tu prójimo necesitado. Si en vez de ayudar los acumulas lo que estás haciendo es enterrándolos. Ahora no estoy diciendo que vas a darlo todo y quedarte sin nada. Estoy hablando de una actitud del corazón, de una generosidad que hoy es escasa. De que no se comparte con el pobre. Si acumulamos y no ayudamos, si solo nos beneficiamos nosotros, no tiene sentido la bendición.
Hoy la gente no está atormentada por los demonios, esta atormentada por el hambre, por la desnudez, por la enfermedad, por la sed, por la ausencia de sus familias (Los que han tenido que salir de sus tierras, del campo para las ciudades, los desplazados). Cuanto sufrimiento y la actitud nuestra es de egoísmo. La insensibilidad nos domina. Hay falta de oportunidades. En muchas ocasiones negamos una ayuda con cualquier pretexto.
Por último, reflexionemos en lo siguiente: Cuantos hombres y mujeres olvidados habrá en nuestro barrio, cerca a nuestro negocio, inclusive en nuestra familia y en la Iglesia. Cuanta ropa en el closet de nuestras casas que ni siquiera usamos, cuantos pares de zapatos, cuánto dinero inoficioso, la comida muchas veces se daña en nuestras alacenas y nuestro corazón no se mueve a dar al prójimo.
Sigamos el ejemplo del Señor, El busco a este hombre olvidado, fue donde estaba, lo libero, lo restauro, lo vistió, le dio una nueva oportunidad aunque con ello se gano que lo echaran de Gadara. El que actúa al contrario del mundo va a ser rechazado e impopular.
El mundo tiene suficiente egoísmo para que nosotros, el pueblo de Dios, también lo seamos.
El egoísmo de los justos es común hoy en día.
La indiferencia nos mata. La soberbia nos carcome. Algunos nos sentimos más bendecidos que otros, o estamos pendientes de si lo estamos y nos ufanamos de ser bendecidos cuando todo lo que somos, lo que tenemos y lo que vamos a tener es por la gracia de Cristo, por la gracia del Padre.
Ct Stud, misionero ingles del siglo XIX, heredo 25.000 Libras esterlinas cuando estaba recién casado. El lo dio todo a la obra misionera y dependió de Dios para subsistir. Cuando nos desprendemos de lo material, cuando renunciamos a algo a fin de ayudar a otros estamos demostrando nuestro amor hacia el prójimo.
Oremos a Dios y pidamos perdón por olvidar a los hombres olvidados.
2 comentarios:
Si sólo como personas descubrimos el caos de estar viviendo con cerdos(lo material que nos domina) y dejándonos iluminar por Jesús y su enseñanza, aprendemos a ver con los ojos de Dios en bien de nuestros hermanos y hermanas. Desprendernos de algo en bien de los demás:tiempo, dinero, ropa,.....
Dios ponga esas virtudes del El para que seamos sensibles a las necesidades de nuestro projimo. hermoso desarrollo de esta Palabra
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