a) Rescate. Cuando los hebreos son esclavizados y maltratados por los egipcios, se presenta el Señor, ya comprometido con su pueblo, dispuesto a rescatarlo de la esclavitud. Cuando Moisés, finalmente, se encamina hacia Egipto, el Señor le encarga: «Yo pondré terco al Faraón, y él no dejará salir al pueblo. Tú le dirás: 'Así dice el Señor: Israel es mi hijo primogénito, y yo te ordeno que dejes salir a mi hijo para que me sirva; si te niegas a soltarlo, yo daré muerte a tu primogénito'» (Ex 4,21b-23). Es una declaración de principio, sin valor estrictamente cronológico. En el proyecto histórico de Dios, orientado hacia Cristo, el pueblo hebreo será como el personaje de una representación sacra. Dios lo toma tal como se encuentra étnica y culturalmente y empieza a trabajar con él. Lo adopta como hijo y, como con él empieza una tarea histórica, lo llama «primogénito». Y, como tal, goza de privilegios especiales, pero también se carga con una responsabilidad mayor. «Primogénito» no significa «único»: con el tiempo, otros pueblos podrán ser adoptados como hijos por Dios. Por lo demás, la categoría social de primogénito puede ser invertida por un acto jurídico del soberano o del supremo responsable. Dios declara heredero a Jacob, que es menor que Esaú; si Isaac, engañado, lo bendice como heredero, después, consciente, ratifica la bendición (Gn 27). El anciano Jacob antepone a Efraín, aunque fuera menor que Manases (Gn 48). Por eso, cumplido un designio histórico, podrá un día llamarse primogénito el pueblo cristiano. Como hijo primogénito de Dios, el pueblo es libre. Si un día cayó por la violencia en la esclavitud, es injusto retenerlo. Su Padre reclama su libertad y acude a rescatarlo de la esclavitud. Si el Faraón no cede por las buenas, atendiendo a razones, cederá por las malas, cuando le apliquen la ley del talión. ¿Que el Faraón se ensaña con el primogénito del Señor?; pues entonces el Señor dará muerte al primogénito del Faraón. El primogénito es el sucesor, y en él puede peligrar la dinastía.
El pueblo hebreo no es sucesor del Dios vivo, pero en él puede peligrar el proyecto histórico. Más aún, su rescate de la esclavitud es el primer acto del proyecto histórico de Dios. El rescate se realizará por mediación de Moisés. En otra versión de su vocación y misión, el Señor le dice: «Yo me aparecí a Abrahán, Isaac y Jacob como Dios Todopoderoso, pero no les di a conocer mi nombre 'El Señor' (Yahvé). Yo hice alianza con ellos prometiéndoles la tierra de Canaán, tierra donde habían residido como emigrantes. Yo también, al escuchar las quejas de los israelitas esclavizados, me acordé de la alianza.
Por tanto, diles a los israelitas: 'Yo soy el Señor, os quitaré de encima las cargas de los egipcios, os libraré de vuestra esclavitud, os rescataré con brazo extendido y haciendo justicia solemne. Os adoptaré como pueblo mío y seré vuestro Dios, para que sepáis que soy el Señor vuestro Dios, el que os quita de encima las cargas de los egipcios; os llevaré a la tierra que prometí con juramento a Abrahán, Isaac y Jacob, y os la daré en posesión. Yo, el Señor'» (Ex 6,3-8). Probablemente, se trata de un texto tardío en el que el autor quiere concentrar varios aspectos. Las «cargas» significan el trabajo forzado; la esclavitud es la situación injusta en que se encuentran. «Rescatar» es término técnico que equivale a «recobrar». Se rescata una propiedad enajenada para que retorne al propietario original; se rescata un esclavo para que recobre la libertad y retorne al seno de la familia o del clan. El Señor no tiene que pagar rescate, le basta con «hacer justicia». Todo arranca de la «alianza» que hizo con los patriarcas, como compromiso unilateral. En este contexto, «alianza» equivale a «promesa». El texto no alude a la filiación. Es su ubicación en el contexto más amplio del Éxodo lo que nos permite contemplar el rescate como acción que ejecuta alguien que es responsable de la familia; en concreto, Dios como Padre. Dios es fiel a la palabra dada, a su promesa. No se desentiende de los suyos. Esta vez decide intervenir en vista de la situación desgraciada de «su hijo primogénito». Pasados algunos siglos, el pueblo, por su culpa y su infidelidad, es conducido al destierro. Pero la infidelidad del pueblo no invalida la fidelidad de Dios, que vuelve a intervenir para rescatarlo. Es lo que canta repetidas veces el Segundo Isaías, el profeta del destierro:
«Y ahora, así dice el Señor, el que te creó, Jacob, el que te formó, Israel: No temas, que te he redimido, te he llamado por tu nombre, tú eres mío. Cuando cruces las aguas, yo estaré contigo: la corriente no te anegará; cuando pases por el fuego, no te quemará, la llama no te abrasará. Porque yo soy el Señor tu Dios, el Santo de Israel, tu salvador. Como rescate tuyo entregué a Egipto, a Etiopía y Saba a cambio de ti; porque te aprecio y eres valioso y te quiero, entregaré hombres a cambio de ti, pueblos a cambio de tu vida. No temas, que contigo estoy yo. Desde oriente traeré a tu estirpe, desde occidente te reuniré. Diré al norte: Entrégalo; al Sur: No lo retengas; tráeme a mis hijos de lejos y a mis hijas del confín de la tierra; a todos los que llevan mi nombre, a los que creé para mi gloria, a los que hice y formé» (Is 43,1-7).
La declaración formal de la filiación se lee en el verso 6, si bien el tema del rescate ya suena en el verso 1. Dios se presenta como amparo contra toda clase de males, simbolizados en la bina agua/fuego. El rescate implica la perdición de los opresores. El pueblo es valioso porque Dios lo estima, no al revés. Dios elige a su pueblo, lo cual implica no elegir a otros. Israel figura como pueblo del Señor; y así, como pueblo de su propiedad,
como grupo de hijos, lleva el nombre de su Dios y lo hace presente en el mundo. El elemento afectivo, «te aprecio, te quiero», ocupa un puesto central y es la fuente de todo; en lo demás dominan los verbos de acción o los mandatos eficaces. Completemos lo dicho con dos textos más breves. Uno es el título «padre de huérfanos, protector de viudas», que leemos en el salmo 68. La orfandad del pueblo puede ser cualquier situación de desvalimiento; entonces se muestra intensamente la paternidad de Dios, y el huérfano gana con la adopción. También puede sobrevenir de hecho la orfandad cuando los padres abandonan al hijo, como recuerda Ezequiel (cap. 16). En tal caso reza el orante del salmo: «Aunque mi padre y mi madre me abandonen, el Señor me acogerá» (27,10).
b) La segunda actividad paterna de Dios es la educación del pueblo. Hay que partir de textos de Proverbios, que nos hablan de la educación familiar. Ésta empezaba en el seno de la familia, por lo cual, varias veces figura el padre exhortando al hijo:
«Hijo mío, escucha los avisos de tu padre, no rechaces las instrucciones de tu madre» (1,8).
«Hijo mío, si aceptas mis palabras y conservas mis mandatos...» (2,1).
«Hijo mío, no olvides mi instrucción, conserva en la memoria mis preceptos» (3,1).
La cosa es tan normal que los maestros posteriores adoptarán en la relación con sus discípulos un trato paternofilial, hasta el punto de que en muchos textos es difícil decidir si quien habla es el padre o el maestro, que llama hijo al discípulo. El siguiente es más claro, porque habla de una cadena:
«Escuchad, hijos la corrección paterna,
atended para aprender prudencia:
os enseño una buena doctrina,
no abandonéis mis instrucciones.
Yo también fui hijo de mi padre,
tierno y preferido de mi madre.
Él me instruía así:
Conserva mis palabras en tu corazón,
guarda mis preceptos y vivirás.
Adquiere sensatez, adquiere inteligencia,
no la olvides, no te apartes de mis consejos.
No la abandones y te guardará,
ámala y te protegerá...» (4,1-6).
También la Sabiduría personificada se dirige a veces a los oyentes como a hijos. El padre no adopta una actitud permisiva, porque busca la formación del hijo. La reprensión, incluso el castigo, forma parte de la educación: «No rechaces, hijo mío, el castigo del Señor, no te enfades por su reprensión, porque al que ama lo reprende el Señor, como un padre al hijo querido» (Prov 3, 11-12). Los textos se podrían multiplicar. Es útil recordar por adelantado que el NT recoge la idea y la cita (Heb 12,5s).
Sobre el fondo de esos textos de Proverbios, leamos un texto del Deuteronomio en el que las aflicciones pasadas en el desierto son presentadas como pedagogía divina, una pedagogía paternal:
«Todos los preceptos que yo os mando hoy ponedlos
por obra: así viviréis, creceréis, entraréis y conquistaréis
la tierra que el Señor prometió con juramento a
vuestros padres. Recuerda el camino que el Señor tu
Dios te ha hecho recorrer estos cuarenta años por el
desierto: para afligirte, para ponerte a prueba y conocer
tus intenciones, si guardas sus preceptos o no. Él te
afligió haciéndote pasar hambre y después te alimentó
con el maná —que tú no conocías ni conocieron tus
padres— para enseñarte que el hombre no vive sólo de
pan, sino de todo lo que sale de la boca de Dios. Tus
vestidos no se han gastado ni se te han hinchado los
pies en estos cuarenta años, para que reconozcas que
el Señor tu Dios te ha educado, como un padre educa
a sus hijos; para que guardes los preceptos del Señor
tu Dios, sigas sus caminos y lo respetes» (8,1-6).
La educación es laboriosa y prolongada, es exigente, pero está animada por el afecto paterno. No es puramente teórica, sino vital, experimental. Someter a prueba es colocar al educando en una situación en que tenga que afrontar decisiones y superar dificultades; al hacerlo se va realizando y manifestando. El padre se adelanta y provoca la situación aflictiva, porque mira al resultado. No sería padre si cediera en todo. El padre desea que el hijo le obedezca puntualmente, porque sus mandatos son para el bien del hijo, no para afirmar su autoridad.
La carta a los Hebreos, con un conocido juego de palabras, dirá que Jesús aprendió por el sufrimiento lo que es obedecer (Heb 5,8). El educando tiene que conjugar la valentía y el aguante en la prueba con la confianza en el auxilio paterno. Eso sugiere el milagro de
la ropa que no se gasta, de los pies que no se hinchan.
La Constitución conciliar Dei Verbum caracteriza toda la economía del AT como una pedagogía divina. Lo peculiar del texto comentado del Deuteronomio es que lo expresa como actividad de Dios Padre. En conclusión, podríamos decir que el principio y fundamento del pueblo escogido se encuentra en el amor paterno del Señor.
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