Tenemos un problema
Quisiera comenzar con una frase: “Tenemos un problema”. Algunos pensarán que tenemos más de un problema, y puedo estar de acuerdo con ellos. Tenemos problemas en el interior de la Iglesia, en su propia espiritualidad. La Iglesia del siglo XXI tiene unas patologías específicas de nuestra época, puede que el deseo de conocer la Palabra de Dios esté disminuyendo, puede que el deseo de encontrarse con Dios en oración pase por momentos difíciles, estos son problemas reales que afectan a nuestras congregaciones y que no podemos despreciar, pero no son los únicos y, a veces, como evangélicos preferimos analizar sólo esta parte del problema. Estamos viviendo una situación grave en Europa, quizás también en el resto del mundo occidental. La caída de la asistencia a las iglesias tiene unas proporciones desconocidas, la falta de crecimiento es bien visible. Nunca había pasado algo así, nunca los seres humanos habían tenido una perspectiva secular de estas magnitudes hasta el día de hoy. Sin embargo, a nivel global la situación es distinta: nunca la iglesia había crecido tanto como en nuestros días. Está creciendo en todas las edades, creciendo en diversos contextos culturales, en medio de trasfondos religiosos distintos, tanto entre los católicos en América Latina, como entre musulmanes, como entre budistas, etc., está creciendo entre la persecución, etc. Nunca había habido tantos cristianos en el mundo como hoy, pero mañana habrá más que hoy. La iglesia no está en trance de desaparición sino en trance de llegar hasta lo último de la tierra. Esa es la perspectiva real. Lo que plantea dudas es si todos los modelos de cristianismo van a sobrevivir. No podemos dar una respuesta triunfalista sobre nuestro modelo de cristianismo. Todas las iglesias locales que aparecen en Apocalipsis, las buenas y las peores, todas ellas desaparecieron. Cuando una iglesia deja de servir al fin para el que fue creada, simplemente desaparece. Hasta que no asumimos que tenemos un problema no buscamos solución para él, hasta que no nos sentimos enfermos no vamos al médico y no nos tomamos la medicina. Deberíamos hacernos buenas preguntas: ¿Es mi modelo de cristianismo y el modelo de mi iglesia local el mismo modelo que Jesús diseñó para su iglesia? ¿Es mi forma de vivir atractiva y a la vez desafiante para la gente sin Dios que hay a mí alrededor? ¿Estoy siendo buenas noticias antes de predicar buenas noticias?
Poniéndole nombre a nuestro problema
El problema que enfrentamos en estos inicios del siglo XXI tiene un doble componente. El primero es exterior a la Iglesia, y es un conflicto cultural. El segundo es interior ala iglesia, y es la división entre lo sagrado y lo secular. Pasemos a analizarlos:
El conflicto cultural
El problema cultural de nuestras iglesias no es ya que no reflejen la cultura de la gente que no asiste a la iglesia, sino que han dejado de reflejar la cultura de la mayoría de miembros de nuestras iglesias. No se trata de que lo que hacen los de la calle sea pecado y de que nosotros tratemos de mantenernos en santidad. No es algo que tenga una cualidad moral contraria al evangelio. Es muy curioso ver a un grupo de creyentes ha-blando. Cuando hablan de hijos, de su trabajo, de sus aficiones, el lenguaje es lenguaje contemporáneo, si cambian de tema y comienzan a hablar de temas relacionados con su espiritualidad, con sus congregaciones locales, cambian el lenguaje y comienzan a usar expresiones trasnochadas, de hace un montón de años. Alguien dijo que los evangélicos hemos inventado el túnel del tiempo, porque cuando cruzas el umbral del local de la iglesia experimentas un viaje en el tiempo de 30, 40 ó 50 años atrás.
Nuestra forma de expresar el evangelio pertenece, en la mayoría de casos, a la modernidad. Una cosmovisión que comenzó a extinguirse en los años 70, cuando entró la postmodernidad a escena. Seguimos expresándonos en este sistema cultural porque hemos aprendido de nuestras tradiciones eclesiales a hacerlo así, y nos parece que esta forma de expresarse es más adecuada al evangelio, cuando en realidad el evangelio es una cosmovisión alternativa que es capaz de expresarse dentro de cada sistema cultural. La modernidad no tiene nada mejor que la postmodernidad. La respuesta a nuestro problema cultural no es volverse más y más a nuestras tradiciones eclesiales, no se trata de hundir nuestras raíces más profundamente en nuestros esquemas denominacionales, sino de hundir nuestras raíces en el evangelio de Jesucristo, que es capaz de expresarse de forma comprensible para los seres humanos de hoy, como lo ha sido en pasadas generaciones. Eso probablemente exige en nosotros cambios, adaptación de metodologías, nuevas formas de transmitir, cambios en el lenguaje, etc. Cuando la gente se siente atrapada, confundida, tiende a escapar, a regresar a sus esencias, es una marcha atrás. Buscamos seguridad en aquello que, en su momento, funcionó. Al hacer esto aún nos desconectamos más de nuestro contexto y nos hacemos más incomprensibles. La gente no necesita nuestras tradiciones, necesita a Jesucristo. Existe preocupación en la Biblia por la adaptación cultural? Algunos piensan que la Biblia no se ocupa de estos temas. Que está simplemente preocupada de cuestiones espirituales y que lo que hay que hacer es simplemente proclamar el Evangelio. Sin embargo, la Biblia está ocupada en darnos las pautas para que nuestro ministerio se adapte culturalmente y sea relevante. El texto que explica la teoría que Pablo sigue es 1ª Cor. 9:19-23. Pablo escribe a una iglesia que está en una ciudad en la que el pluralismo religioso, cultural, social, etc. Es una realidad. No hemos inventado nosotros el pluralismo. En estos cinco versículos se explican tres puntos importantes:
a. La disposición a adaptar nuestra forma de presentar el Evangelio a la cultura de la audiencia que nos escucha.
Pablo se hace judío a los judíos, gentil a los gentiles, débil para los débiles espirituales, es decir, aquellos que tienen problemas de conciencia, como explica en Romanos 14,etc. Su disponibilidad es total. “A todos me he hecho de todo”. Pablo es culturalmente flexible. No exige a sus oyentes que se adapten culturalmente a la forma en la que él está acostumbrado a pensar, o a proclamar el Evangelio. Probablemente le sería más fácil. Pero somos nosotros quienes tenemos que adaptarnos a ellos y no ellos a nosotros. ¿Por qué no lo hacemos? ¿Por qué tanta rigidez? ¿No será que, en muchas ocasiones, más que de fidelidades bíblicas, se trata de que no queremos hacer el esfuerzo de aprender nuevos sistemas de comunicación? Halamos idiomas distintos, pero insistimos en que ellos aprendan el nuestro en lugar de aprender el suyo.
b. La creencia profunda de que el cristianismo es una cosmovisión alternativa.
Pablo dice que a los que están bajo la ley, él se pone bajo la ley (a pesar de que él no está bajo la ley), y luego a los que están sin ley, él se sitúa en la posición del que no tiene ley (no estando sin ley). Pablo no está bajo la ley, y no está sin ley. Su posición es que está bajo la ley de Cristo, v. 21. De la misma forma, nosotros no estamos sujetos a ninguna cultura específica. No somos ni tradicionales, ni modernos, ni postmodernos, ya que el Evangelio es una cosmovisión alternativa o totalmente distinta a las demás y que nos explica el mundo en su complejidad. Por ello no podemos casarnos con ninguna cultura concreta. Nuestra aproximación a cualquier cultura debe de ser crítica, dispuestos a expresarse dentro de ella, pero no asumiendo todos sus valores. El cristiano tiene que establecer una diferencia entre ser postmoderno y ser sensible a la postmodernidad. Ser postmoderno es haber asumido todos los valores de la época en la que vivimos y hay muchas cosas inaceptables dentro de cada sistema cultural que los cristianos tenemos que discutir. El Evangelio siempre va a contracorriente en cualquier cultura que se exprese. Sin embargo, ser sensibles a la postmodernidad significa que, sin haber asumido todos los valores de esta cultura, somos capaces de expresar el evangelio eterno en términos comprensibles para la gente de hoy en día.
c. La razón de la necesidad de ser sensibles a la cultura.
Pablo la expone clarísimamente. En el vers. 19 lo dice con estas palabras: “... para ganar a mayor número”. En los vers. 20, 21 “... para ganar a los que están bajo la ley ... para ganar a los que están sin ley”. En el vers. 22 “...para que por todos los medios salve a algunos”. Pablo lo que nos dice es que cualquier adaptación cultural del verdadero Evangelio es necesaria si el fin es la salvación de los que no tienen a Cristo. No hay cosas demasiado grandes, ni esfuerzos demasiado intensos. Hay algo que justifica todo esfuerzo que es la salvación de los perdidos. ¿Compartimos este anhelo de Dios, que es el anhelo de Pablo? ¿Realmente estamos dispuestos a realizar cualquier cambio en nuestra forma de expresar el Evangelio para la salvación de los perdidos? Me da la sensación que no siempre la Iglesia española está dispuesta a hacer los cambios necesarios. Mucha gente está necesitando una doble conversión, a nuestra cultura eclesiástica, a nuestra jerga evangélica, a una subcultura evangélica formada por lenguaje, himnología, formas denominacionales, etc. y finalmente al Evangelio eterno. Y Pablo enfatiza en el vers. 23que no se ha dejado el Evangelio en el camino. Que no ha tenido que prescindir del Evangelio. “Y todo lo hago por amor del evangelio...” . “No hay cosa que ame más que el Evangelio, es por eso que lo predico de forma que sea comprensible a todo el mundo”. Esto debería marcar la dirección en la que se mueven nuestras iglesias, no hacia dentro, sino hacia fuera. ¿Para qué existimos? ¿Para nuestras actividades o para dar a conocer el evangelio eterno?
La división entre lo sagrado y lo secular
En el evangelio según San Mateo, Jesús nos presenta dos imágenes de la Iglesia. Por un lado, dice: Vosotros (en plural) sois una ciudad en un monte. Una ciudad en un monte no se puede esconder. Nadie alumbra una luz y la pone debajo de una medida. Esta imagen hace referencia al pueblo de Dios cuando está junto. No es la misma imagen que en el evangelio de Juan cuando habla de la luz en el mundo. Allí es una imagen de la luz dispersa, aquí en Mateo es una imagen de la luz que está situada junta, en un mismo lugar. Aquí hace referencia a lo que la gente ve cuando mira a la iglesia. Cómo es el testimonio de la iglesia local cuando esta está reunida, cómo son las relaciones entre ellos. A continuación, en Mateo, se nos habla de la imagen de la sal en el mundo. Eso nos hace referencia no a algo junto en un mismo lugar, sino a algo que está disperso. Ejerce su función sólo cuando está disperso. Cuando la sal está en el salero, junta, no cumple su función. Sólo la cumple cuando está dispersa y toca los alimentos que tiene que preservar. Somos iglesia tanto cuando estamos juntos reunidos como cuando estamos dispersos en nuestros trabajos. De hecho, somos mucho más efectivos cuando estamos dispersos. Por ello debería preocuparnos tanto o más saber cómo les va a los cristianos el lunes por la mañana que el domingo por la mañana. Los creyentes necesitan más capacitación para el lunes que para el domingo. Si miramos la primera imagen, nos habla acerca de cuán efectiva es la iglesia en la comunidad. Si la iglesia es lo que debe ser, tiene un gran efecto en la comunidad en la que está. Nuestra ciudad debería ser completamente distinta por el hecho de que la iglesia esté aquí. ¿Es eso cierto en el caso de nuestra congregación local? ¿Sería igual nuestra ciudad, si la iglesia no estuviera allí?. En muchas ocasiones la respuesta será que estamos teniendo un reducido impacto en nuestra comunidad local. En estas situaciones la Iglesia mira al mundo y le echa la culpa de lo que está pasando. En palabras de John Stott: “No puedes quejarte a la carne por corromperse. Eso es lo que la carne hace de natural. Tienes que quejarte a la sal por no haber estado ahí para preservarla”. Tenemos que preguntarnos por nuestra parte de responsabilidad: ¿Está la iglesia privatizando el evangelio? No se trata de que el mundo quiera encerrar el evangelio en nuestras iglesias y en nuestras casas. La pregunta es si nosotros hemos encerrado el evangelio. Con ello quiero preguntar si los cristianos normales llevan su cristianismo al terreno de lo público, a sus trabajos, vecindarios, escuelas y universidades, o si por el contrario lo sacan del armario para ir al culto del domingo por la mañana
El potencial que tenemos si sabemos romper la división sagrado-secular es muy grande. Podemos ser cristianos normales cumpliendo las eternas propuestas de Dios. Seas quien seas, sea lo que sea a lo que te estés dedicando, tú puedes hacer algo departe del Rey del Universo. Aún te diría más, debes hacerlo. De hecho, lo haces cada día, sea lo que sea lo que haces. Limpias una calle para el Rey del Universo, sonríes a la chica del mostrador para el Rey del Universo. Una vez le preguntaron a la tenista Martina Navratilova cuál era el secreto de su éxito. Ella contestó: “¿Sabes la diferencia entre compromiso y participación? ¿Cuál es la diferencia? Mira, piensa en unos huevos con bacon. El pollo está participando, el cerdo está comprometido”. Creo que parte del problema de la división sagrado-secular es que tenemos muchos “pollos” en la iglesia. Ellos ponen huevos, nos los traen y nosotros los usamos. Pero me parece que Dios quiere el compromiso del cerdo. El testimonio cristiano es global, todo el día, en todo lo que hacemos, porque el evangelio es global. Afecta a toda la vida, afecta a cada uno delos aspectos de lo que somos. La luz pasa através de cada uno de los pedazos de cristal de la vidriera. Afecta a nuestras mentes, a nuestros corazones, a nuestros cuerpos, porque así es como Dios manda que le amemos, con todo lo que somos.
(*) Jaume Llenas es abogado y Secretario General de la Alianza Evangélica Española. También forma parte de la Junta de la Alianza Evangélica Europea (EEA)
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