Entonces Pedro, tomándolo aparte, comenzó a reconvenirlo, diciendo: Señor, ten compasión de ti mismo. ¡En ninguna manera esto te acontezca! Pero él, volviéndose, dijo a Pedro: ¡Quítate de delante de mí, Satanás! Me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres. Mateo 16.22–23
Lo que nos llama la atención de esta escena es que viene inmediatamente después de uno de los momentos más preciosos de Jesús con los discípulos, cuando Pedro le reconocía como el Cristo, el Hijo de Dios. Tal revelación no había sido el fruto de deducciones, ni el resultado de un estudio cuidadoso de las Escrituras. Era algo que le había sido revelado al discípulo por el Padre mismo.
Poco tiempo después, sin embargo, encontramos a Pedro en una postura que demuestra una increíble falta de discernimiento y una profunda incomprensión acerca de los propósitos del Padre para el Hijo. El discípulo pretendía impedir el cumplimiento de la Palabra que Cristo mismo estaba anunciando: que era necesario que el Mesías sufriera muchas cosas y luego fuera muerto en mano de los escribas y los fariseos.
La escena nos revela una verdad acerca de la vida espiritual, y es que en la misma persona podemos encontrar la más extraordinaria espiritualidad como también las más marcadas manifestaciones de carnalidad. La verdad es que conviven dentro nuestro las dos realidades, y nuestra capacidad de caer no cesa nunca. Aunque se han hecho una serie de conjeturas acerca de la clase de persona que estaba describiendo Pablo en Romanos 7, no es descabellado creer que estaba hablando de su propia realidad. Todos hemos visto en nuestro interior la misma interminable puja entre la carne y el espíritu. «No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que está en mí» (Ro 7.19–21).
De esta observación, quedan dos reflexiones. En primer lugar, como líder, nunca se confíe de que esta libre de caer, y de caer en forma estrepitosa. Debe cultivar siempre una actitud sabia hacia los potenciales problemas que pueden llevarle a tropezar, manteniendo en alto la guardia contra las manifestaciones de la carne. Hombres más consagrados que usted y yo han caído, y haremos bien en recordarlo.
En segundo lugar, no se exaspere con las manifestaciones de la carne en su propia vida. A veces, luego de momentos realmente sublimes en Su presencia, encontramos que los pensamientos más horribles atraviesan nuestra mente. No se condene por esto. Cuando Cristo animó a los discípulos a que oraran para no entrar en tentación, les estaba señalando que la carne siempre iba a ser motivo de estorbo para quienes quieren avanzar hacia cosas mayores en la vida espiritual. Por esto podemos identificarnos con el apóstol Pablo, cuando exclamó: «¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro». No es la presencia del pecado en su vida lo que lo descalifica para el ministerio, sino que usted conviva con él.
Para pensar:
«Las más grandes luchas de esta vida no se dan entre los inconversos, sino entre los salvos». D. G. Barnhouse.
Shaw, Christopher: Alza Tus Ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica : Desarrollo Cristiano Internacional, 2005, S. 11 de febrero
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