domingo, 7 de noviembre de 2010

EL MOVIMIENTO DE LAUSANA – EL COMPROMISO DE CIUDAD DEL CABO

Del 16 al 25 de Octubre en Ciudad Del Cabo – Suráfrica, se llevo a cabo Lausana III. El movimiento de Lausana comenzó en 1.974, año en el que se firmo el pacto de Lausana reafirmando el compromiso de la Iglesia de Cristo con su Señor y con la humanidad. Lausana se puede considerar el foro evangélico más serio y apegado a la doctrina bíblica en el mundo. Recomiendo leer este documento en su primera parte. Segunda parte disponible en Diciembre de 2.010.

El Compromiso de Ciudad del Cabo

El Compromiso de Ciudad del Cabo es un documento que consta de dos partes. La primera parte se titula “Nuestro compromiso de fe”, y fue redactada por un grupo de teólogos de diversas partes del mundo. La segunda parte, que se espera que esté terminada para diciembre, será un llamado a la acción surgido de lo escuchado en el Congreso.

PREÁMBULO

Como miembros de la iglesia de Jesucristo en todo el mundo, afirmamos con alegría nuestro compromiso con el Dios vivo y Sus propósitos de salvación a través del Señor Jesucristo. Por Él, renovamos nuestro compromiso con la visión y las metas de El Movimiento de Lausana.

Esto significa dos cosas:

Primero, que seguimos comprometidos con la tarea de dar en todo el mundo testimonio de Jesucristo y de todas Sus enseñanzas. El Primer Congreso de Lausana (1974) fue convocado para la tarea de la evangelización mundial. Algunos de los principales bienes que dio a la iglesia mundial fueron: El Pacto de Lausana, una nueva conciencia de la cantidad de pueblos no alcanzados y un fresco descubrimiento de la naturaleza holística del evangelio bíblico y de la misión cristiana. El Segundo Congreso de Lausana, en Manila (1989), dio a luz más de 300 asociaciones estratégicas en la evangelización mundial, incluyendo muchas que involucraban cooperaciones entre naciones en todas partes del globo.

Segundo, que seguimos comprometidos con los principales documentos del Movimiento: el Pacto de Lausana (1974) y el Manifiesto de Manila (1989). Estos documentos expresan claramente verdades medulares del evangelio bíblico y las aplican a nuestra misión práctica de formas que siguen siendo pertinentes y desafiantes. Confesamos que no hemos sido fieles a los compromisos hechos en esos documentos. Pero los recomendamos y apoyamos, al buscar discernir cómo debemos expresar y aplicar la verdad eterna del evangelio en el mundo siempre cambiante de nuestra propia generación.

Las realidades del cambio

Casi todo lo que tiene que ver con la forma en que vivimos, pensamos y nos relacionamos está cambiando, cada vez más rápido. Para bien o para mal, sentimos el impacto de la globalización, la revolución digital y el cambiante equilibrio del poder económico y político en el mundo. Algunas de las cosas que enfrentamos nos causan congoja y ansiedad: pobreza global, guerras, enfermedades, la crisis ecológica y el cambio climático. Pero hay un gran cambio en nuestro mundo que es motivo de regocijo: el crecimiento de la iglesia global de Cristo.

El hecho de que el Tercer Congreso de Lausana se haya realizado en África es evidencia de esto. Por lo menos las tres cuartas partes de todos los cristianos del mundo viven ahora en los continentes del Sur y el Este globales. La composición de nuestro Congreso de Ciudad del Cabo refleja este enorme cambio en el cristianismo mundial en el siglo transcurrido desde la conferencia misionera de Edimburgo, en 1910. Nos regocijamos por el asombroso crecimiento de la iglesia en África, y nos regocijamos de que nuestros hermanos y hermanas en Cristo africanos hayan sido los anfitriones de este Congreso.

Debemos responder en la misión cristiana a las realidades de nuestra propia generación. También debemos aprender de aquella mezcla de sabiduría y error que heredamos de generaciones previas. Honramos el pasado y nos involucramos en el futuro.

Realidades que no han cambiado

Pero, en nuestro mundo cambiante, algunas cosas siguen sin cambios. Estas grandes verdades brindan la fundamentación bíblica para nuestra participación misional.

  • Los seres humanos están perdidos. La difícil situación humana subyacente sigue siendo como lo describe la Biblia: nos encontramos bajo el juicio justo de Dios en nuestro pecado y rebelión, y sin Cristo no tenemos esperanzas.
  • El evangelio es buenas nuevas. El evangelio no es un concepto que requiere ideas frescas, sino una historia que necesita ser contada de una manera fresca. Es la historia que no ha cambiado acerca de lo que Dios ha hecho para salvar al mundo, especialmente en los sucesos históricos de la vida, la muerte, la resurrección y el reinado de Jesucristo. En Cristo hay esperanza.
  • La misión de la iglesia continúa. La misión de Dios continúa hasta los confines de la tierra y hasta el fin del mundo. Llegará el día cuando los reinos del mundo pasarán a ser el reino de nuestro Dios y de Su Cristo, y Dios reinará con Su humanidad redimida en la nueva creación. Hasta ese día, la participación de la iglesia en la misión de Dios continúa, en una gozosa urgencia, y con frescas y emocionantes oportunidades en cada generación, incluyendo la nuestra.

La pasión de nuestro amor

Esta Declaración está enmarcada en el idioma del amor. El amor es el idioma del pacto. Los pactos bíblicos, viejos y nuevos, son la expresión del amor y la gracia redentores de Dios que buscan a la humanidad perdida y a la creación arruinada. Exigen nuestro amor a cambio. Nuestro amor se demuestra en la confianza, en la obediencia y en un compromiso apasionado con nuestro Señor del pacto. El Pacto de Lausana definía la evangelización como “toda la iglesia llevando todo el evangelio a todo el mundo”. Esa sigue siendo nuestra pasión. Así que renovamos ese pacto afirmando nuevamente:

  • Nuestro amor por todo el evangelio como las gloriosas buenas nuevas de Dios en Cristo para todas las dimensiones de Su creación, porque ha sido toda asolada por el pecado y el mal.
  • Nuestro amor por toda la iglesia como el pueblo de Dios, redimido por Cristo de cada nación en la tierra y cada era de la historia para compartir la misión de Dios en esta era y glorificarlo para siempre en la era venidera.
  • Nuestro amor por todo el mundo, tan alejado de Dios pero tan cerca de Su corazón; el mundo que Dios amó tanto que entregó a Su único Hijo para su salvación.

Instados por este triple amor, nos comprometemos nuevamente a ser toda la iglesia, a creer, obedecer y compartir todo el evangelio, y a ir a todo el mundo para hacer discípulos a todas las naciones.

PRIMERA PARTE 

PARA EL SEÑOR QUE AMAMOS:

NUESTRO COMPROMISO DE FE

1.  Amamos porque Dios nos amó primero

La misión de Dios deriva del amor de Dios. La misión del pueblo de Dios deriva de nuestro amor por Dios y por todo lo que Dios ama. La evangelización del mundo es la proyección del amor de Dios hacia nosotros y a través de nosotros. Afirmamos la primacía de la gracia de Dios y luego respondemos a esa gracia por fe, demostrada a través de la obediencia del amor. Amamos porque Dios nos amó primero y envió a Su Hijo para ser la propiciación por nuestros pecados.[1]

a)     El amor por Dios y el amor por el prójimo constituyen los primeros y mayores mandamientos de los cuales penden toda la ley y los profetas. El amor es el cumplimiento de la ley y el primer fruto del Espíritu que se nombra. El amor es la evidencia de que hemos nacido de nuevo, la seguridad de que conocemos a Dios y la evidencia de que Dios mora dentro de nosotros. El amor es el nuevo mandamiento de Cristo, quien dijo a Sus discípulos que sólo en la medida que obedecieran este mandamiento, la misión de ellos sería visible y creíble. El amor cristiano de unos por otros es la forma en que el Dios invisible, que se hizo visible a través de Su Hijo encarnado, sigue haciéndose visible al mundo. El amor fue una de las primeras cosas que Pablo observaba y elogiaba entre los nuevos creyentes, junto con la fe y la esperanza. Pero el amor es lo más grande, porque el amor nunca cesa.[2]

b)    Esta clase de amor no es débil ni sentimental. El amor de Dios es –conforme a Su pacto– fiel, comprometido, generoso, sacrificial, fuerte y santo. Dado que Dios es amor, el amor permea todo Su ser y todas Sus acciones, Su justicia y también Su compasión. El amor de Dios se extiende sobre toda Su creación. Se nos ordena amar de formas que reflejen el amor de Dios en todas esas mismas dimensiones. Eso es lo que significa andar en el camino del Señor.[3]

c)     Así que, al enmarcar nuestras convicciones y nuestros compromisos en términos del amor, asumimos el desafío bíblico más básico y exigente de todos:

  • amar al Señor nuestro Dios con todo nuestro corazón, alma, mente y fuerzas,
  • amar a nuestro prójimo (incluyendo al extranjero y al enemigo) como a nosotros mismos,
  • amarnos unos a otros como Dios nos ha amado en Cristo, y
  • amar al mundo con el amor de Aquel que dio a Su único Hijo para que el mundo sea salvo a través de Él.[4]

· d)         Esta clase de amor es el don de Dios derramado en nuestros corazones, pero es también el mandato de Dios que requiere la obediencia de nuestra voluntad. Esta clase de amor significa ser como Cristo mismo: fuerte en la entereza, pero amable en la humildad, firme en la resistencia contra mal, pero tierno en la compasión por los que sufren, valiente en el sufrimiento y fiel hasta la muerte. Esta clase de amor fue ejemplificado por Cristo en la tierra y es supervisado por el Cristo resucitado en la gloria.[5] 

· Afirmamos que esta clase de amor bíblico integral debe ser la identidad y marca distintiva de los discípulos de Jesús. En respuesta a la oración y el mandato de Jesús, anhelamos que se cumpla en nosotros. Tristemente, confesamos que con demasiada frecuencia no es así. Por lo tanto, volvemos a comprometernos a hacer el máximo esfuerzo por vivir, pensar, hablar y comportarnos de formas que expresen lo que significa andar en amor; amor por Dios, amor unos por otros y amor por el mundo.

· 2. Amamos al Dios vivo

· Nuestro Dios, a quien amamos, se revela en la Biblia como el Dios único, eterno y vivo, que gobierna todas las cosas según Su voluntad soberana y para Su propósito salvador. En la unidad del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, únicamente Dios es el Creador, Gobernador, Juez y Salvador del mundo.[6] Así que amamos a Dios, con agradecimiento gozoso por nuestro lugar en la creación, con sumisión a Su providencia soberana, con confianza en Su justicia y con alabanza eterna por la salvación que logró para nosotros.

· a)     Amamos a Dios por sobre todos los rivales. Se nos ordena amar y adorar únicamente al Dios vivo. Pero, como el Israel del Antiguo Testamento, permitimos que nuestro amor por Dios se vea adulterado al ir tras los dioses de este mundo, los dioses de las personas que nos rodean.[7] Caemos en el sincretismo, seducidos por los ídolos de la avaricia, el poder y el éxito, sirviendo a Mammón antes que a Dios. Aceptamos las ideologías políticas y económicas dominantes, sin hacer una crítica bíblica. Nos vemos tentados a transigir en nuestra creencia en la singularidad de Cristo bajo la presión del pluralismo religioso. Como Israel, necesitamos oír el llamado de los profetas y de Jesús mismo a arrepentirnos, a abandonar a todos estos rivales y a volver al amor obediente y a la adoración de Dios solamente.

· b)     Amamos a Dios con pasión por Su gloria. La mayor motivación para nuestra misión es la misma que impulsa la misión de Dios: que el único Dios vivo sea conocido y glorificado en toda Su creación. Esta es la meta última de Dios y debería ser nuestro mayor gozo.

· “Si Dios desea que toda rodilla se doble ante Jesús y toda lengua lo confiese, también debemos desearlo nosotros. Debemos ser ‘celosos’ (como lo expresa la Biblia a veces) por la honra de Su nombre: preocupados cuando no es conocido, dolidos cuando es ignorado, indignados cuando es blasfemado, y en todo momento ansiosos y decididos a que reciba la honra y la gloria que le corresponden. El más elevado de los motivos misioneros no es ni la obediencia a la gran comisión (por importante que sea), ni el amor por los pecadores que están alienados y están pereciendo (por fuerte que sea ese incentivo, especialmente cuando tomamos en cuenta la ira de Dios), sino más bien el celo –celo ardiente y apasionado– por la gloria de Jesucristo. […] Ante esta meta suprema de la misión cristiana, todos los motivos indignos se marchitan y mueren”.[8] (John Stott)

· Debería ser nuestro mayor dolor que en nuestro mundo el Dios vivo no sea glorificado. El Dios vivo es negado en el ateísmo agresivo. El único Dios verdadero es reemplazado o distorsionado en la práctica de las religiones del mundo. Nuestro Señor Jesucristo es abusado y tergiversado en algunas culturas populares. Y el rostro del Dios de la revelación bíblica es oscurecido por el nominalismo cristiano, el sincretismo y la hipocresía.

· Amar a Dios en medio de un mundo que lo rechaza o distorsiona requiere de un testimonio osado pero humilde de nuestro Dios, una defensa firme pero amable de la verdad del evangelio de Cristo, el Hijo de Dios, y una confianza a través de la oración en la obra de convicción y convencimiento de Su Espíritu Santo. Nos comprometemos a este testimonio, porque si decimos que amamos a Dios debemos compartir la mayor prioridad de Dios, la cual es que Su nombre y Su palabra sean exaltados por sobre todas las cosas.[9]

· 3.  Amamos a Dios el Padre

· A través de Jesucristo, el Hijo de Dios –y a través de Él únicamente, como el Camino, la Verdad y la Vida– llegamos a conocer y amar a Dios como Padre. Al testificar el Espíritu Santo con nuestro espíritu de que somos hijos de Dios, pronunciamos las palabras que Jesús oró: “Abba, Padre”, y oramos la oración que Jesús enseñó: “Padre nuestro”. Nuestro amor por Jesús, demostrado al obedecerlo, se encuentra con el amor del Padre por nosotros cuando el Padre y el Hijo hacen morada en nosotros con un amor mutuo que da y recibe.[10] Esta relación íntima tiene profundos fundamentos bíblicos.

· a)     Amamos a Dios como el Padre de Su pueblo. El Israel del Antiguo Testamento conocía a Dios como Padre, como el que les dio existencia, los llevó y los disciplinó, exigió su obediencia, anheló su amor y ejerció un perdón compasivo y un amor duradero y paciente.[11] Todo esto sigue teniendo aplicación para nosotros como pueblo de Dios en Cristo, en nuestra relación con nuestro Padre Dios.

· b)    Amamos a Dios como el Padre que amó tanto al mundo que dio a Su Hijo único para nuestra salvación. ¡Cuán grande es el amor del Padre por nosotros al hacer que seamos llamados los hijos de Dios! ¡Cuán inconmensurable el amor del Padre que no escatimó a Su único Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros! Este amor del Padre al entregar a Su Hijo se vio reflejado en el amor abnegado del Hijo. Hubo completa armonía de voluntad en la obra de expiación que el Padre y el Hijo realizaron en la cruz, a través del Espíritu eterno. El Padre amó al mundo y dio a Su Hijo; el “[...] Hijo de Dios […] me amó y se entregó a sí mismo por mí”. Esta unidad de Padre e Hijo, que Jesús mismo afirmó tanto, aparece en el saludo más repetido de Pablo: “Gracia y paz sean a vosotros, de Dios el Padre y de nuestro Señor Jesucristo, el cual se dio a sí mismo por nuestros pecados [...], conforme a la voluntad de nuestro Dios y Padre, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén”.[12]

c)     Amamos a Dios como el Padre cuyo carácter reflejamos y en cuyo cuidado confiamos. En el Sermón del monte, Jesús señala repetidamente a nuestro Padre celestial como el modelo o el foco para nuestra acción. Debemos ser pacificadores, como hijos de Dios. Debemos hacer buenas obras, para que nuestro Padre reciba la alabanza. Debemos amar a nuestros enemigos como reflejo del amor paternal de Dios. Debemos dar, orar y ayunar sólo para los ojos de nuestro Padre. Debemos perdonar a los demás como nuestro Padre nos perdona a nosotros. No debemos tener ninguna ansiedad sino que debemos confiar en la provisión de nuestro Padre. Cuando este comportamiento fluye del carácter cristiano, hacemos la voluntad de nuestro Padre en el cielo, dentro del reino de Dios.[13]

Confesamos que a menudo hemos descuidado la verdad de la paternidad de Dios y nos hemos privado de las riquezas de nuestra relación con Él. Nos comprometemos nuevamente a ir al Padre a través de Jesús el Hijo, a recibir Su amor paternal y responder a él, a vivir en obediencia bajo Su disciplina paternal, a reflejar Su carácter paternal en todo nuestro comportamiento y actitudes, y a confiar en Su provisión paternal cualesquiera que sean las circunstancias en las que Él nos guíe.

4.  Amamos a Dios el Hijo

Dios ordenó a Israel que amara al Señor Dios con lealtad exclusiva. Del mismo modo para nosotros, amar al Señor Jesucristo significa que afirmamos firmemente que sólo Él es Salvador, Señor y Dios. La Biblia enseña que Jesús realiza las mismas acciones soberanas que únicamente Dios realiza. Cristo es el Creador del universo, el Gobernador de la historia, el Juez de todas las naciones y el Salvador de todos los que se vuelven a Dios.[14] Él comparte la identidad de Dios en la divina igualdad y unidad del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Así como Dios llamó a Israel a amarlo con fe, obediencia y testimonio de siervo fundamentados en Su pacto, nosotros afirmamos nuestro amor por Jesucristo confiando en Él, obedeciéndolo y haciéndolo conocer.

a)      Confiamos en Cristo. Creemos el testimonio de los Evangelios de que Jesús de Nazaret es el Mesías, el que fue designado y enviado por Dios para cumplir la misión singular del Israel del Antiguo Testamento, que es traer la bendición de la salvación de Dios a todas las naciones, como Dios prometió a Abraham.

  • En el nacimiento de Jesús, Dios asumió nuestra carne humana y vivió entre nosotros, totalmente Dios y totalmente humano.
  • En Su vida, Jesús caminó en perfecta fidelidad y obediencia a Dios. Anunció y enseñó el reino de Dios y ejemplificó cómo debían vivir Sus discípulos bajo el reino de Dios.
  • En Su ministerio y Sus milagros, Jesús anunció y demostró la victoria del reino de Dios sobre el mal y los poderes malignos.
  • En Su muerte en la cruz, Jesús tomó nuestro pecado sobre Él en nuestro lugar, cargando con todo el costo, la penalidad y la vergüenza, derrotó la muerte y los poderes del mal, y logró la reconciliación y redención de toda la creación.
  • En Su resurrección corporal, Jesús fue reivindicado y exaltado por Dios y se convirtió en el precursor de la humanidad redimida y la creación restaurada.
  • Desde Su ascensión, Jesús está reinando como Señor sobre toda la historia y la creación.
  • Cuando vuelva, Jesús ejecutará el juicio de Dios, destruirá a Satanás, el mal y la muerte, y establecerá el reino universal de Dios.

· b)     Obedecemos a Cristo. Jesús nos llama al discipulado, a tomar nuestra cruz y seguirlo en la senda de la abnegación, el servicio y la obediencia. “Si me amáis, guardad mis mandamientos”, dijo. “¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?”. Somos llamados a vivir como Cristo vivió y a amar como Cristo amó. Profesar a Cristo mientras ignoramos Sus mandamientos es una necedad peligrosa. Jesús nos advierte que negará conocer a muchos que hablan en Su nombre con ministerios espectaculares y milagrosos, y los considerará hacedores de maldad.[15] Prestamos atención a la advertencia de Cristo, porque ninguno de nosotros es inmune a un peligro tan terrible.

· c)     Proclamamos a Cristo. En Cristo únicamente, Dios se ha revelado en forma total y definitiva, y sólo a través de Cristo Dios ha alcanzado la salvación para el mundo. Por lo tanto, nos arrodillamos como discípulos a los pies de Jesús de Nazaret y le decimos, junto con Pedro: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”, y con Tomás: “¡Señor mío, y Dios mío!”. Aunque no lo hemos visto, lo amamos. Y nos regocijamos con esperanza anhelando el día de Su retorno, cuando “le veremos tal como él es”. Hasta ese día, nos unimos a Pedro y a Juan para proclamar que “en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos”.[16]

· Nos comprometemos nuevamente a dar testimonio de Jesucristo y de toda Su enseñanza, en todo el mundo, sabiendo que podemos dar tal testimonio sólo si nosotros mismos estamos viviendo en obediencia a Su enseñanza.

· 5.  Amamos a Dios el Espíritu Santo

· Amamos al Espíritu Santo dentro de la unidad de la Trinidad, con Dios el Padre que lo envía y con Jesucristo, de quien da testimonio. Él es el Espíritu misionero del Padre misionero y el Hijo misionero, infundiendo vida y poder a la iglesia misionera de Dios. Amamos al Espíritu Santo y oramos por Su presencia, porque sin el testimonio del Espíritu de Cristo, nuestro propio testimonio es estéril. Sin la obra de convicción del Espíritu, nuestra predicación es en vano. Sin el poder del Espíritu, nuestra misión es mero esfuerzo humano. Y, sin el fruto del Espíritu, nuestra vida poco atractiva no puede reflejar la belleza del evangelio.

· a)     En el Antiguo Testamento vemos al Espíritu de Dios activo en la creación, en obras de liberación y justicia, y llenando e invistiendo de poder a personas para toda clase de servicios. Los profetas llenos del Espíritu esperaban al rey y siervo venidero cuya persona y obra estarían dotadas del Espíritu de Dios, y esperaban la era venidera que estaría marcada por el derramamiento de Su Espíritu, que traería nueva vida y una fresca obediencia al pueblo de Dios.[17]

· b)    En Pentecostés, Dios derramó Su Espíritu Santo según lo prometido por los profetas y por Jesús. El Espíritu santificador produce Su fruto en la vida de los creyentes, y el primer fruto siempre es el amor. El Espíritu llena a la iglesia con Sus dones y con el poder para la misión y para la gran variedad de obras de servicio. El Espíritu nos permite proclamar y demostrar el evangelio, discernir la verdad, orar eficazmente y prevalecer sobre las fuerzas de oscuridad. El Espíritu fortalece y consuela a los discípulos que son perseguidos o sometidos a juicio por su testimonio de Cristo.[18]

· c)     Nuestra participación en la misión, entonces, no tiene sentido ni fruto sin la presencia y el poder del Espíritu Santo. Esto ocurre con la misión en todas sus dimensiones: evangelismo, testimonio de la verdad, discipulado, pacificación, involucramiento social, transformación ética, cuidado de la creación, victoria sobre los poderes malignos, expulsión de espíritus demoníacos, sanación de enfermos, sufrimiento y el soportar bajo la persecución. Todo lo que hacemos en el nombre de Cristo debe ser con el poder del Espíritu Santo. El Nuevo Testamento deja en claro esto en la vida de la iglesia primitiva y en la enseñanza de los apóstoles. Está siendo demostrado hoy en el fruto y el crecimiento de iglesias donde los seguidores de Jesús actúan confiadamente con el poder del Espíritu Santo, con dependencia y expectativa.

· No existe ningún evangelio verdadero ni completo, y ninguna auténtica misión bíblica, sin la Persona, la obra y el poder del Espíritu Santo. Oramos por un mayor despertar a esta verdad bíblica y para que su experiencia sea una realidad en todas partes del cuerpo de Cristo en todo el mundo. Sin embargo, somos conscientes de los muchos abusos que se esconden bajo el nombre del Espíritu Santo, las muchas formas en que (como ejemplifica también el Nuevo Testamento) se practican y elogian toda clase de fenómenos que llevan las marcas de otros espíritus y no del Espíritu Santo. Existe mucha necesidad de un discernimiento más profundo, de claras advertencias contra el engaño, de la puesta en evidencia de manipuladores fraudulentos y que trabajan para ventaja propia, los cuales abusan del poder espiritual para su propio enriquecimiento impío. Sobre todo, existe una gran necesidad de una sostenida enseñanza y predicación bíblicas, impregnadas de oración humilde, que capaciten a creyentes comunes y corrientes para entender el verdadero evangelio y regocijarse en él, reconociendo y rechazando los falsos evangelios.

· 6. Amamos la Palabra de Dios

· Amamos la Palabra de Dios en las Escrituras del Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento, haciendo eco del gozoso deleite del salmista en la Torá: “He amado tus mandamientos más que el oro”. “¡Oh, cuánto amo yo tu ley!”. Recibimos toda la Biblia como la palabra de Dios, inspirada por el Espíritu de Dios, hablada y escrita a través de autores humanos. Nos sometemos a ella como un libro suprema y singularmente autoritativo, que rige nuestra creencia y nuestro comportamiento. Testificamos del poder de la palabra de Dios para lograr Su propósito de salvación. Afirmamos que la Biblia es la Palabra escrita final de Dios, que no es superada por ninguna otra revelación, pero también nos regocijamos porque el Espíritu Santo ilumina la mente de los hijos de Dios para que la Biblia continúe hablando la verdad de Dios de formas frescas a las personas de cada cultura”. [19]

· La Persona que la Biblia revela. Amamos la Biblia como una esposa ama las cartas de su esposo, no por los papeles que son, sino por la persona que habla a través de ellas. La Biblia nos da la propia revelación de Dios de Su identidad, carácter, propósitos y acciones. Es el principal testigo del Señor Jesucristo. Al leerla, lo encontramos a Él a través de Su Espíritu con gran gozo. Nuestro amor por la Biblia es una expresión de nuestro amor a Dios.

· a)     La historia que la Biblia cuenta. La Biblia cuenta la historia universal de la creación, la caída, la redención en la historia y la nueva creación. Esta narración abarcadora brinda una cosmovisión bíblica coherente y da forma a nuestra teología. En el centro de esta historia se encuentran los eventos salvíficos culminantes de la cruz y la resurrección de Cristo, que constituyen el corazón del evangelio. Es esta historia (en el Antiguo Testamento y en el Nuevo Testamento) la que nos dice quiénes somos, para qué estamos aquí y hacia dónde vamos. Esta historia de la misión de Dios define nuestra identidad, impulsa nuestra misión y nos asegura que el final está en las manos de Dios. Esta historia debe dar forma a la memoria y la esperanza del pueblo de Dios y determinar el contenido de su testimonio evangélico, al transmitirse de generación en generación. Debemos hacer conocer la Biblia por todos los medios posibles, ya que su mensaje es para todos los pueblos de la tierra. Volvemos a comprometernos, por lo tanto, con la tarea continua de traducir, difundir y enseñar la Biblia en cada cultura e idioma, incluyendo aquellos que son predominantemente orales o no literarios.

· b)    La verdad que la Biblia enseña. Toda la Biblia nos enseña todo el consejo de Dios, la verdad que Dios quiere que conozcamos. Nos sometemos a ella como verdadera y confiable en todo lo que afirma, ya que es la palabra del Dios que no puede mentir y que no fallará. Es clara y suficiente para revelar el camino de la salvación. Es el fundamento para explorar y entender todas las dimensiones de la verdad de Dios.

· Sin embargo, vivimos en un mundo lleno de mentiras y de rechazo de la verdad. Muchas culturas exhiben un relativismo dominante que niega que exista o que pueda ser conocida verdad absoluta alguna. Si amamos la Biblia, entonces debemos levantarnos para defender sus afirmaciones de verdad. Debemos encontrar formas frescas de expresar la autoridad bíblica en todas las culturas. Nos comprometemos nuevamente a luchar por la verdad de la revelación de Dios como parte de nuestro trabajo de amor por la Palabra de Dios.

· c)     La vida que la Biblia requiere. “Muy cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón, para que la cumplas”. Jesús y Santiago nos llaman a ser hacedores de la palabra, y no sólo oidores.[20] La Biblia retrata una calidad de vida que debería caracterizar al creyente y a la comunidad de los creyentes. Por medio de Abraham, de Moisés, de los salmistas, de los profetas y de los libros de sabiduría de Israel, de Jesús y de los apóstoles, aprendemos que este estilo de vida bíblico incluye la justicia, la compasión, la humildad, la integridad, la sinceridad, la veracidad, la castidad sexual, la generosidad, la amabilidad, la abnegación, la hospitalidad, la pacificación, el no tomar represalias, el hacer el bien, el perdón, el gozo, el contentamiento y el amor, todos combinados en una vida de adoración, alabanza y fidelidad a Dios.

· Confesamos que livianamente decimos amar la Biblia, sin amar la vida que enseña: la vida de obediencia práctica y costosa a Dios a través de Cristo. Sin embargo, “No hay nada que con mayor elocuencia respalde al evangelio que una vida transformada, ni nada que lo desacredite tanto [como] una vida inconsistente con el mismo. Se nos ha ordenado comportarnos de una manera digna del evangelio de Cristo y aun a ‘adornarlo’ resaltando su belleza por medio de vidas [santas]”.[21] Por el bien del evangelio de Cristo, por lo tanto, volvemos a comprometernos a demostrar nuestro amor por la Palabra de Dios, creyéndola y también obedeciéndola. No hay misión bíblica sin una vida bíblica.

· 7.  Amamos el mundo de Dios

· Compartimos la pasión de Dios por Su mundo, amando todo lo que Dios ha hecho, regocijándonos en la providencia y la justicia de Dios en toda Su creación, proclamando las buenas nuevas a toda la creación y a todas las naciones, y anhelando el día en que la tierra será llena del conocimiento de la gloria de Jehová, como las aguas cubren el mar.[22]

· a)     Amamos el mundo de la creación de Dios. Este amor no es un mero afecto sentimental por la naturaleza (que la Biblia no ordena en ninguna parte), y menos aún la adoración panteísta de la naturaleza (que la Biblia prohíbe expresamente). Por el contrario, es el resultado lógico de nuestro amor por Dios, cuidando lo que le pertenece. “De Jehová es la tierra y su plenitud”. La tierra es la propiedad del Dios que decimos amar y obedecer. Cuidamos de la tierra, muy sencillamente, porque pertenece a quien llamamos Señor.[23]

· La tierra ha sido creada y redimida por Cristo y es sustentada por Él.[24] No podemos decir que amamos a Dios mientras abusamos de lo que pertenece a Cristo por derecho de creación, de redención y de herencia. Cuidamos de la tierra, no según los fundamentos del mundo secular sino por amor al Señor. Si Jesús es Señor de toda la tierra, no podemos separar nuestra relación con Cristo de la forma en que actuamos con relación a la tierra. Porque proclamar el evangelio que dice “Jesús es Señor” es proclamar el evangelio que incluye la tierra, ya que el señorío de Cristo es sobre toda la creación. El cuidado de la creación es, por lo tanto, un tema del evangelio dentro del señorío de Cristo.

· Esta clase de amor por la creación de Dios exige que nos arrepintamos de nuestra parte en la destrucción, dilapidación y contaminación de los recursos de la tierra y nuestra complicidad en la tóxica idolatría del consumismo. En cambio, nos comprometemos a una urgente y profética responsabilidad ecológica, y a brindar apoyo a cristianos cuyos llamado misional específico es a la defensa y la acción ambiental. Nos recordamos que la Biblia declara el propósito redentor de Dios para la creación misma. La misión integral significa discernir, proclamar y vivir la verdad bíblica que el evangelio es la buena nueva de Dios, a través de la cruz y la resurrección de Jesucristo, para las personas individualmente, y también para la sociedad, y también para la creación. Los tres están quebrados y están sufriendo por causa del pecado; los tres están incluidos en el amor y la misión redentores de Dios; los tres deben formar parte de la misión integral del pueblo de Dios.

· b)    Amamos el mundo de naciones y culturas. “De un solo hombre hizo él todas las naciones, para que vivan en toda la tierra” (DHH). La diversidad étnica es el don de Dios en la creación y será preservada en la nueva creación, cuando será liberada de nuestras divisiones y rivalidades producto de nuestra condición caída. Nuestro amor por todos los pueblos refleja la promesa de Dios de bendecir a todas las naciones de la tierra y la misión de Dios de crear para Sí un pueblo tomado de cada tribu, lengua, nación y pueblo. Debemos amar todo lo que Dios ha escogido bendecir, lo cual incluye todas las culturas. Históricamente, la misión cristiana ha desempeñado un papel decisivo en la protección y preservación de culturas autóctonas y sus idiomas. Sin embargo, el amor piadoso también incluye el discernimiento crítico, porque todas las culturas muestran no sólo evidencia positiva de la imagen de Dios en las vidas humanas, sino también las huellas digitales negativas de Satanás y el pecado. Anhelamos ver el evangelio encarnado y arraigado en todas las culturas, redimiéndolas desde adentro para que puedan exhibir la gloria de Dios y la radiante plenitud de Cristo. Esperamos el momento en que la riqueza, la gloria y el esplendor de todas las culturas entren a la ciudad de Dios, redimidas y purgadas de todo pecado, enriqueciendo la nueva creación.[25]

· Esta clase de amor por todos los pueblos exige que rechacemos los males del racismo y del etnocentrismo, y que tratemos a cada grupo étnico y cultural con dignidad y respeto, sobre la base de su valor para Dios en la creación y la redención.[26]

· Esta clase de amor también exige que tratemos de hacer conocer el evangelio entre todos los pueblos y culturas, en todas partes. Ninguna nación, judía o gentil, queda fuera del alcance de la gran comisión. El evangelismo es lo que sale de corazones que están llenos del amor de Dios por quienes aún no lo conocen. Confesamos con vergüenza que todavía hay muchos pueblos en el mundo que nunca han escuchado el mensaje del amor de Dios en Jesucristo. Renovamos el compromiso que inspiró el Movimiento de Lausana desde su inicio, de usar todos los medios posibles para alcanzar a todos los pueblos con el evangelio.

· c)     Amamos a los pobres y a los que sufren en el mundo. La Biblia nos dice que el Señor ama todo lo que ha hecho, defiende la causa de los oprimidos, ama al extranjero, alimenta a los hambrientos y sostiene al huérfano y a la viuda.[27] La Biblia también muestra que Dios quiere hacer estas cosas a través de seres humanos dedicados a esta clase de acciones. Dios hace responsables especialmente a los que han sido designados para el liderazgo político o judicial en la sociedad,[28] pero todo el pueblo de Dios tiene el mandato –por la ley y los profetas, los Salmos y los libros de sabiduría, por Jesús y Pablo, por Santiago y Juan– de reflejar el amor y la justicia de Dios en amor práctico y justicia para los necesitados.[29]

· Esta clase de amor por los pobres exige que no sólo amemos la misericordia y las acciones de compasión, sino que también hagamos justicia poniendo en descubierto y oponiéndonos a todo lo que oprime y explota a los pobres. “No debemos temer denunciar el mal y la injusticia dondequiera existan”.[30] Confesamos con vergüenza que en esta cuestión no compartimos la pasión de Dios, no encarnamos el amor de Dios, no reflejamos el carácter de Dios y no hacemos la voluntad de Dios. Nos dedicamos renovadamente a la promoción de la justicia, incluyendo la solidaridad y la defensa de los marginados y oprimidos. Reconocemos esta lucha contra el mal como una dimensión de la guerra espiritual que sólo puede encararse a través de la victoria de la cruz y la resurrección, con el poder del Espíritu Santo y con oración constante.

· d)    Amamos a nuestros prójimos como a nosotros mismos. Jesús llamó a Sus discípulos a obedecer este mandamiento como el segundo mayor de la ley; pero luego profundizó radicalmente la demanda, al llevarla de “amarás a tu prójimo como a ti mismo” a “amad a vuestros enemigos”.[31]

· Esta clase de amor por nuestros prójimos exige que respondamos a todas las personas desde el corazón del evangelio, en obediencia al mandato de Cristo y siguiendo el ejemplo de Cristo. Esta clase de amor por el prójimo abraza a las personas de otras creencias religiosas y se extiende a quienes nos odian, nos calumnian y nos persiguen, y aun a los que nos matan. Jesús nos enseñó a responder a las mentiras con la verdad, a los que hacen el mal con actos de bondad, misericordia y perdón, a la violencia y el asesinato contra Sus discípulos con la abnegación, a fin de atraer a las personas hacia Él y romper la cadena de maldad. Rechazamos enfáticamente el camino de la violencia en la difusión del evangelio y renunciamos a la tentación de la represalia y la venganza contra quienes nos agravian. Esta clase de desobediencia es incompatible con el ejemplo y la enseñanza de Cristo y del Nuevo Testamento.[32] Al mismo tiempo, nuestra tarea de amor hacia nuestros prójimos que sufren nos exige que busquemos justicia en beneficio de ellos a través de las apelaciones adecuadas a las autoridades legales y estatales que funcionan como siervos de Dios para castigar a los que hacen lo malo.[33]

· e)     El mundo que no amamos. El mundo de la buena creación de Dios se ha convertido en el mundo de la rebelión humana y satánica contra Dios. Se nos ordena no amar ese mundo de deseos pecaminosos, de avaricia y de orgullo humano. Confesamos con pena que precisamente esas marcas de mundanalidad desfiguran muchas veces nuestra presencia cristiana y niegan nuestro testimonio del evangelio.[34]

· Nos comprometemos nuevamente a no coquetear con el mundo caído y sus pasiones transitorias, sino a amar a todo el mundo como Dios lo ama. Así que amamos al mundo con un santo anhelo de ver la redención y renovación de toda la creación y de todas las culturas en Cristo, la reunión del pueblo de Dios de todas las naciones hasta los confines de la tierra y la finalización de toda destrucción, pobreza y enemistad.

· 8.  Amamos el evangelio de Dios

· Como discípulos de Jesús, somos un pueblo del evangelio. El núcleo de nuestra identidad es nuestra pasión por las buenas nuevas bíblicas de la obra salvadora de Dios a través de Jesucristo. Estamos unidos por nuestra experiencia de la gracia de Dios en el evangelio y por nuestra motivación de hacer conocer ese evangelio de la gracia hasta los confines de la tierra mediante todos los medios posibles.

· a)     Amamos las buenas nuevas en un mundo de malas nuevas. El evangelio aborda los efectos funestos del pecado, el fracaso y la necesidad humanos. Los seres humanos se rebelaron contra Dios, rechazaron la autoridad de Dios y desobedecieron la Palabra de Dios. En este estado pecaminoso, estamos alienados de Dios, unos de otros y del orden creado. El pecado merece la condena de Dios. Quienes se rehúsan a arrepentirse y no “[…] obedecen el evangelio de nuestro Señor Jesucristo […] sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor […]”.[35] Los efectos del pecado y el poder del mal han corrompido cada dimensión de la persona humana (espiritual, física, intelectual y relacional). Han permeado la vida cultural, económica, social, política y religiosa en todas las culturas y en todas las generaciones de la historia. Han causado incalculable tristeza a la raza humana y daño a la creación de Dios. Contra este trasfondo sombrío, el evangelio bíblico ciertamente es muy buenas nuevas.

· b)    Amamos la historia que el evangelio cuenta. El evangelio anuncia como buenas nuevas los sucesos históricos de la vida, muerte y resurrección de Jesús de Nazaret. Como el hijo de David, el Mesías Rey prometido, Jesús es el único a través de quien Dios estableció Su reino y actuó para la salvación del mundo, permitiendo que todas las naciones del mundo sean bendecidas, como prometió a Abraham. Pablo define el evangelio cuando dice que “Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras; y que apareció a Cefas, y después a los doce”. El evangelio declara que, en la cruz de Cristo, Dios tomó sobre Sí, en la persona de Su Hijo y en nuestro lugar, el juicio que merece nuestro pecado. En el mismo gran acto de salvación Dios ganó la victoria decisiva sobre Satanás, la muerte y todos los poderes del mal, nos liberó del poder y el temor de ellos y aseguró su destrucción final. Logró la reconciliación de los creyentes con Dios y entre sí cruzando todas las fronteras y enemistades. A través de la cruz, también, Dios logró Su propósito de la reconciliación última de toda la creación, y en la resurrección corporal de Jesús nos ha dado las primicias de la nueva creación. “Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo”.[36] ¡Cuánto amamos la historia del evangelio!

· c)     Amamos la certeza que el evangelio trae. Únicamente como resultado de confiar sólo en Cristo, estamos unidos con Él a través del Espíritu Santo y somos considerados justos en Cristo ante Dios. Al estar justificados por fe, tenemos paz con Dios y ya no enfrentamos la condenación. Recibimos el perdón de nuestros pecados. Nacemos de nuevo a una esperanza viva al compartir la vida resucitada de Cristo. Somos adoptados como coherederos con Cristo. Nos convertimos en ciudadanos del pueblo del pacto de Dios, en miembros de la familia de Dios y en el lugar donde Dios mora. Así que, al confiar en Cristo, tenemos plena certeza de la salvación y la vida eterna, porque nuestra salvación depende, en última instancia, no de nosotros sino de la obra de Cristo y la promesa de Dios. “[…] ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro”.[37] ¡Cuánto amamos la promesa del evangelio!

· d)    Amamos la transformación que el evangelio produce. El evangelio es el poder transformador de vidas de Dios obrando en el mundo. “Es [el] poder de Dios para salvación a todo aquel que cree”.[38]  Únicamente la fe es el medio por el cual se reciben las bendiciones y la seguridad del evangelio. Sin embargo, la fe salvadora nunca permanece sola, sino que se muestra necesariamente en la obediencia. La obediencia cristiana es la “fe que obra por el amor”.[39] No somos salvados por las buenas obras pero, habiendo sido salvados por gracia, fuimos “creados en Cristo Jesús para buenas obras”.[40]  “La fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma”.[41] Pablo vio la transformación ética que produce el evangelio como la obra de la gracia de Dios, una gracia que logró nuestra salvación en la primera venida de Cristo, y una gracia que nos enseña a vivir éticamente a la luz de Su segunda venida.[42] Para Pablo, “obedecer el evangelio” significaba tanto confiar en la gracia como luego ser enseñado por la gracia.[43] La meta misional de Pablo era generar “la obediencia a la fe en todas las naciones”.[44] Esta terminología muy relacionada con el pacto nos recuerda a Abraham. Abraham creyó en la promesa de Dios, lo que le fue acreditado por justicia, y luego obedeció el mandato de Dios demostrando su fe. “Por la fe Abraham […] obedeció […]”.[45] El arrepentimiento y la fe en Jesucristo son los primeros actos de obediencia que exige el evangelio; la obediencia continua a los mandamientos de Dios es la forma de vida que la fe del evangelio activa en nosotros, a través del Espíritu Santo santificador.[46] Por lo tanto, la obediencia es la evidencia viva de la fe salvadora y el fruto vivo de ella. La obediencia es también la prueba de nuestro amor por Jesús. “El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama”.[47] “Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos”.[48]  ¡Cuánto amamos el poder del evangelio!

· El pueblo de Dios son las personas de todas las edades y de todas las naciones a las cuales Dios, en Cristo, ha amado, escogido, llamado, salvado y santificado como un pueblo para Su propia posesión, para participar de la gloria de Cristo como ciudadanos de la nueva creación. En consecuencia, como personas que Dios ha amado de eternidad a eternidad y a lo largo de toda nuestra historia turbulenta y rebelde, se nos ordena amarnos unos a otros. Porque “[…] si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros”; en consecuencia, “Ustedes, como hijos amados de Dios, procuren imitarlo. Traten a todos con amor, de la misma manera que Cristo nos amó y se entregó por nosotros” (DHH). El amor unos por otros en la familia de Dios no es meramente una opción deseable sino un mandamiento ineludible. Esta clase de amor es la primera evidencia de la obediencia al evangelio, y un potente motor para la misión mundial.[49]

· a)     El amor exige unidad. El mandamiento de Jesús en cuanto a que Sus discípulos se amaran unos a otros está vinculado con Su oración de que fueran uno. Tanto el mandamiento como la oración son misionales: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos […]” y “[…] para que el mundo crea que tú [el Padre] me enviaste”.[50] Una marca sumamente convincente de la verdad del evangelio es cuando los creyentes cristianos están unidos en amor, traspasando las barreras de las divisiones crónicas del mundo: barreras de raza, color, clase social, privilegio económico o alineamiento político. Sin embargo, hay pocas cosas que destruyen tanto nuestro testimonio que el ver a los cristianos reflejar y amplificar las mismas divisiones entre ellos.

· Confesamos que no hemos dejado de lado todo lo que nos divide. Entre dichas barreras, estamos profundamente preocupados por los extremos escandalosos de desigualdad económica dentro del cuerpo global de Cristo. Esta desigualdad niega las instrucciones y el deseo de Pablo de que hubiera mutualidad y cantidad suficiente para todos.[51] Condenamos la competitividad y la rivalidad que a veces contaminan aun nuestro celo por la misión. Deploramos el desequilibrio de los recursos disponibles para la misión en diferentes partes de la iglesia mundial. Buscamos urgentemente un nuevo equilibrio global arraigado en un profundo amor mutuo y una asociación humilde dentro del cuerpo de Cristo en todos los continentes. Y buscamos esto no sólo a fin de amarnos unos a otros por encima de las meras palabras, sino también por causa del nombre de Cristo y de la misión de Dios en todo el mundo.

· b)     El amor exige sinceridad. El amor habla la verdad con gracia. Nadie amó al pueblo de Dios más que los profetas de Israel y que Jesús mismo. Sin embargo, nadie los confrontó más sinceramente con la verdad de su fracaso, idolatría y rebelión contra su Señor del pacto. Y, al hacerlo, llamaron al pueblo de Dios a arrepentirse, para que pudieran ser perdonados y restaurados al servicio de la misión de Dios. La misma voz de amor profético debe oírse hoy, por la misma razón.

· Esta clase de sinceridad amorosa requiere que volvamos en arrepentimiento a los caminos piadosos de la humildad, la integridad y la simplicidad sacrificial. Debemos renunciar a las idolatrías de la arrogancia, el éxito manipulado y la avaricia consumista que seducen a tantos de nosotros y a nuestros líderes. Nuestro amor por la iglesia de Dios sufre dolorosamente por la fealdad entre nosotros que tanto desfigura el rostro de nuestro querido Señor Jesucristo y oculta Su belleza de la vista del mundo; ese mundo que tan desesperadamente necesita ser atraído a Él.

· c)     El amor exige solidaridad. Amarnos unos a otros incluye especialmente cuidar de los que son perseguidos y encarcelados por su fe y su testimonio. Si una parte del cuerpo sufre, todas las partes sufren con ella. Somos todos, como Juan, copartícipes “[…] en la tribulación, en el reino y la paciencia de Jesucristo […]”.[52]

· Confesamos que no siempre hemos demostrado una solidaridad tan amorosa con nuestros hermanos y hermanas perseguidos y que hemos estado más preocupados por nuestra propia seguridad. Nos comprometemos a compartir el sufrimiento de los miembros del cuerpo de Cristo en todo el mundo a través de la información, la oración, la defensoría y otros medios de apoyo. Sin embargo, vemos este compartir no como un mero ejercicio de lástima, sino también como un anhelo de aprender lo que la iglesia sufriente puede enseñar y dar a aquellas partes del cuerpo de Cristo que no están sufriendo de la misma forma. Hemos sido advertidos de que la iglesia que se siente cómoda con su riqueza y autosuficiencia puede, como la de Laodicea, ser la iglesia que Jesús considera más ciega a su propia pobreza y con respecto a la cual Él mismo se siente un extraño fuera de la puerta.[53]

· Jesús convoca a todos Sus discípulos a ser una familia entre las naciones, una comunidad reconciliada en la que todas las barreras pecaminosas se derriban a través de Su gracia reconciliadora. Esta iglesia es una comunidad de gracia, obediencia y amor en la comunión del Espíritu Santo, en la cual se ven reflejados los gloriosos atributos de Dios y las características de gracia de Cristo, y se manifiesta la sabiduría multicolor de Dios. Como la expresión más vívida del reino de Dios, la iglesia es la comunidad de los reconciliados que ya no viven para sí mismos sino para el Salvador que los amó y se entregó por ellos.

· 10. Amamos la misión de Dios

· Estamos comprometidos con la misión mundial, porque es central para nuestra comprensión de Dios, de la Biblia, de la iglesia, de la historia humana y del futuro último. Toda la Biblia revela la misión de Dios de llevar todas las cosas en el cielo y en la tierra a la unidad bajo Cristo, reconciliándolas por medio de la sangre de Su cruz. Al cumplir Su misión, Dios transformará la creación quebrada por el pecado y el mal en la nueva creación en la que no hay más pecado ni maldición. Por medio del evangelio de Jesús, el Mesías, la simiente de Abraham, Dios cumplirá Su promesa hecha a Abraham de bendecir a todas las naciones de la tierra. Dios transformará el mundo fracturado de naciones que están dispersas y bajo el juicio de Dios en la nueva humanidad que, de toda tribu, nación, lengua e idioma, será redimida por la sangre de Cristo y será reunida para adorar a nuestro Dios y Salvador. Dios destruirá el reino de la muerte, la corrupción y la violencia cuando Cristo vuelva para establecer Su reino eterno de vida, justicia y paz. Luego Dios, Emanuel, morará con nosotros, y el reino del mundo pasará a ser el reino de nuestro Señor y de Su Cristo, y Él reinará por siempre jamás.[54]

· a)     Nuestra participación en la misión de Dios. Dios llama a Su pueblo a compartir Su misión. La iglesia de todas las naciones es, a través del Mesías Jesús, una continuidad del pueblo de Dios en el Antiguo Testamento. Con ellos hemos sido llamados a través de Abraham y comisionados para ser una bendición y una luz para las naciones. Con ellos, debemos ser modelados y enseñados por medio de la ley y los profetas para ser una comunidad de santidad, de compasión y de justicia en un mundo de pecado y sufrimiento. Hemos sido redimidos a través de la cruz y la resurrección de Jesucristo e investidos de poder por el Espíritu Santo para dar testimonio de lo que Dios ha hecho en Él. La iglesia existe para adorar y glorificar a Dios por toda la eternidad y para participar en la misión transformadora de Dios dentro de la historia. Nuestra misión se deriva completamente de la misión de Dios, aborda toda la creación de Dios y tiene como fundamentación central la victoria redentora de la cruz. Este es el pueblo al cual pertenecemos, cuya fe confesamos y cuya misión compartimos.

· b)    El costo de nuestra misión. Jesús ejemplificó lo que enseñó, que el mayor amor es que uno ponga su vida por sus amigos.[55] Dijo de Sí mismo y de Sus discípulos que: “[…] si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto”.[56] La mayoría de nosotros no seremos llamados a poner nuestra vida por amor a Cristo, pero el sufrimiento es una forma de nuestra participación misionera como testigos de Cristo, como lo fue para Sus apóstoles y para los profetas del Antiguo Testamento.[57] Estar dispuestos a sufrir es una prueba de fuego de la autenticidad de nuestra misión. Dios puede usar el sufrimiento, la persecución y el martirio para promover Su misión. “El martirio es una forma de testimonio que Cristo especialmente ha prometido honrar”.[58]

· c)     La integridad de nuestra misión. La fuente de toda nuestra misión es lo que Dios ha hecho en Cristo para la redención de todo el mundo, según lo revela la Biblia. Nuestra tarea evangelística es hacer conocer las buenas nuevas a todas las naciones. El contexto de toda nuestra misión es el mundo donde vivimos, el mundo de pecado, sufrimiento, injusticia y desorden creacional al cual Dios nos envía, para amarlo y servirlo por la causa de Cristo. Por lo tanto, toda nuestra misión debe reflejar la integración del evangelismo y la participación comprometida en el mundo, ambos ordenados e impulsados por toda la revelación bíblica del evangelio de Dios.

· “[…] la evangelización es la proclamación misma del Cristo histórico y bíblico como Salvador y Señor, con el fin de persuadir a las gentes a venir a El personalmente y reconciliarse con Dios. […] Los resultados de la evangelización incluyen la obediencia a Cristo, la incorporación en Su iglesia y el servicio responsable en el mundo. […], afirmamos que la evangelización y la acción social y política son parte de nuestro deber cristiano. Ambas son expresiones necesarias de nuestra doctrina de Dios y del hombre, de nuestro amor al prójimo y de nuestra obediencia a Jesucristo. […] La salvación que decimos tener, debe transformarnos en la totalidad de nuestras responsabilidades, personales y sociales. La fe sin obras es muerta”.[59]

“La misión integral es la proclamación y demostración del evangelio. No se trata simplemente de que el evangelismo y la participación social deban ser realizados codo con codo. Más bien, en la misión integral nuestra proclamación tiene consecuencias sociales, al llamar a las personas al amor y al arrepentimiento en todas las áreas de la vida. Y nuestra participación social tiene consecuencias evangelísticas al dar nuestro testimonio de la gracia transformadora de Jesucristo. Si ignoramos el mundo, traicionamos la palabra de Dios que nos envía a servir al mundo. Si ignoramos la palabra de Dios, no tenemos nada que llevarle al mundo”.[60]

Nos comprometemos al ejercicio integral y dinámico de todas las dimensiones de la misión a la cual Dios llama a Su iglesia.

  • Dios nos manda hacer conocer a todas las naciones la verdad de la revelación de Dios y el evangelio de la gracia salvadora de Dios por medio de Jesucristo, llamando a todas las personas al arrepentimiento, a la fe, al bautismo y al discipulado obediente.
  • Dios nos manda reflejar el carácter de Él a través del cuidado compasivo de los necesitados, y a demostrar los valores y el poder del reino del Dios al luchar por la justicia y la paz y al cuidar de la creación de Dios.

En respuesta al amor ilimitado de Dios por nosotros en Cristo y debido a nuestro desbordante amor por Él, nos volvemos a consagrar, con la ayuda del Espíritu Santo, a obedecer plenamente todo lo que Dios ordena, con humildad abnegada, gozo y valentía. Renovamos este pacto con el Señor que amamos porque Él nos amó primero.

Ciudad del Cabo

Octubre 2010

Sinclair Ferguson (UK/USA) Chairman

Rose Dowsett (UK)

Ajith Fernando (Sri Lanka)

Atef Gendy (Egypt)

Manfred Grellert (Brazil)

Peter Kuzmic (Croatia/USA)

Archbishop Peter Jensen (Australia)

Esther Mombo (Kenya)

Victor Nakah (Zimbabwe)

Las Newman (Jamaica)

John Piper (USA)

Yusufu Turaki (Nigeria)

Chris Wright (UK) Chief Recorder

Carver Yu (Hong Kong)

Senior representatives from the World Evangelical Alliance (WEA), and from the Congress Programme Committee, the Communications Working Group and the Strategy Working Group were in attendance.

Chris Wright was invited by this group to bring the statement to completion, working with a smaller team. To this team of Rose Dowsett, Ajith Fernando, Victor Nakah and Las Newman were added Valdir Steuernagel (Brazil), Rosalee Velloso Ewell (Brazil), Greg Parsons (USA) and Tormod Engelsviken (Norway).

© The Lausanne Movement 2010

[1] Gá. 5:6; Jn. 14:21; 1 Jn. 4:9, 19.

[2] Mt. 22:37-40; Ro. 13:8-10; Gá. 5:22; 1 P. 1:22; 1 Jn. 3:14; 4:7-21; Jn. 13:34-35; Jn. 1:18 + 1 Jn. 4:12; 1 Ts. 1:3; 1 Co. 13:8, 13.

[3] Dt. 7:7-9; Os. 2:19-20; 11:1; Sal. 103; 145:9, 13, 17; Gá. 2:20; Dt. 10:12-19.

[4] Dt. 6:4-5; Mt. 22:37; Lv. 19:18, 34; Mt. 5:43-45; Jn. 15:12; Ef. 4:32; Jn. 3:16-17.

[5] Ro. 5:5; 2 Co. 5:14; Ap. 2:4.

[6] Dt. 4:35, 39; Sal. 33:6-9; Jer. 10:10-12; Dt. 10:14; Is. 40:22-24; Sal. 33:10-11, 13-15; Sal. 96:10-13; Sal. 36:6; Is. 45:22.

[7] Dt. 4 y 6.

[8] John Stott: The Message of Romans, The Bible Speaks Today (Leicester and Downers Grove: Intervarsity Press), 53.

[9] Sal. 138:2.

[10] Jn. 14:6; Ro. 8:14-15; Mt. 6:9; Jn. 14:21-23.

[11] Dt. 1:31; 8:5; 32:6, 18; Is. 1:2; Mal. 1:6; Jer. 3:4, 19; 31:9; Os. 11:2; Sal. 103:13; Is. 63:16; 64:8-9.

[12] Jn. 3:16; 1 Jn. 3:1; Ro. 8:32; He. 9:14; Gá. 2:20; Gá. 1:4-5.

[13] Mt. 5:9, 16, 43-48; 6:4, 6, 14-15, 18, 25-32; 7:21-23.

[14] Jn. 1:3; 1 Co. 8:4-6; He. 1:2; Col. 1:15-17; Sal. 110:1; Mr. 14:61-64; Ef. 1:20-23; Ap. 1:5; 3:14; 5:9-10; Ro. 2:16; 2 Ts. 1:5-10; 2 Co. 5:10; Ro. 14:9-12; Mt. 1:21; Lc. 2:30; Hch. 4:12; 15:11; Ro. 10:9; Tit. 2:13; He. 2:10; 5:9; 7:25; Ap. 7:10.

[15] Lc. 6:46; 1 Jn. 2:3-6; Mt. 7:21-23.

[16] Mt. 16:16; Jn. 20:28; 1 P. 1:8; 1 Jn. 3:1-3; Hch. 4:12.

[17] Gn. 1:1-2; Sal. 104:27-30; Job 33:4; Éx. 35:30–36:1; Jue. 3:10; 6:34; 13:25; Nm. 11:16-17, 29; Is. 63:11-14; 2 P. 1:20-21; Mi. 3:8; Neh. 9:20, 30; Zac. 7:7-12; Is. 11:1-5; 42:1-7; 61:1-3; 32:15-18; Ez. 36:25-27; 37:1-14; Jl. 2:28-32.

[18] Hch. 2; Gá. 5:22-23; 1 P. 1:2; Ef. 4:3-6; 1 Co. 12:4-11; Jn. 20:21-22; 14:16-17, 25-26; 16:12-15; Ro. 8:26-27; Ef. 6:10-18; Mt. 10:17-20; Lc. 21:15.

[19] Sal. 119:47, 97; 2 Ti. 3:16-17; 2 P. 1:21.

[20] Dt. 30:14; Mt. 7:21-27; Lc. 6:46; Stg. 1:22-24.

[21] Manifiesto de Manila, párrafo 7; Tit. 2:9-10.

[22] Sal. 145:9, 13, 17; Sal. 104:27-30; Sal. 50:6; Mr. 16:15; Col. 1:23; Mt. 28:17-20; Hab. 2:14.

[23] Sal. 24:1; Dt. 10:14.

[24] Col. 1:15-20; He. 1:2-3.

[25] Hch. 17:26; Dt. 32:8; Gn. 10:31-32; 12:3; Ap. 7:9-10; 21:24-27.

[26] Hch. 10:35; 14:17; 17:27.

[27] Sal. 145:9, 13, 17; 147:7-9; Dt. 10:17-18.

[28] Gn. 18:19; Éx. 23:6-9; Dt. 16:18-20; Job 29:7-17; Sal. 72:4, 12-14; 82:1-8; Pr. 31:4-9; Jer. 22:1-3; Dn. 4:27.

[29] Éx. 22:21-27; Lv. 19:33-34; Dt. 10:18-19; 15:7-11; Is. 1:16-17; 58:6-9; Am. 5:11-15, 21-24; Sal. 112; Job 31:13-23; Pr. 14:31; 19:17; 29:7; Mt. 25:31-46; Lc. 14:12-14; Gá. 2:10; 2 Co. 8-9; Ro. 15:25-27; 1 Ti. 6:17-19; Stg. 1:27; 2:14-17; 1 Jn. 3:16-18.

[30] El Pacto de Lausana, párrafo 5.

[31] Lv.19:34; Mt. 5:43-44.

[32] Mt. 5:38-39; Lc. 6:27-29; 23:34; Ro. 12:17-21; 1 P. 3:18-23; 4:12-16.

[33] Ro. 13:4.

[34] 1 Jn. 2:15-17.

[35] Gn. 3; 2 Ts. 1:8-9.

[36] Mr. 1:1, 14-15; Ro. 1:1-4; Ro. 4; 1 Co. 15:3-5; 1 P. 2:24; Col. 2:15; He. 2:14-15; Ef. 2:14-18; Col. 1:20; 2 Co. 5:19.

[37] Ro. 4; Fil. 3:1-11; Ro. 5:1-2; 8:1-4; Ef. 1:7; Col. 1:13-14; 1 P. 1:3; Gá. 3:26-4:7; Ef. 2:19-22; Jn. 20:30-31; 1 Jn. 5:12-13; Ro. 8:31-39.

[38] Ro. 1:16.

[39] Gá. 5:6.

[40] Ef. 2:10 (cursiva del autor).

[41] Stg. 2:17.

[42] Ti. 2:11-14.

[43] Ro. 15:18-19; 16:19; 2 Co. 9:13.

[44] Ro. 1:5; 16:26.

[45] Gn. 15:6; 22:15-18; Gá. 6:6-9; He. 11:8; Stg. 2:20-24.

[46] Ro. 8:4.

[47] Jn. 14:21.

[48] 1 Jn. 2:3.

[49] 2 Ts. 2:13-14; 1 Jn. 4:11; Ef. 5:1-2; 1 Ts. 1:3; 4:9-10; Jn. 13:35.

[50] Jn. 13:34-35; 17:21.

[51] 2 Co. 8:13-15.

[52] He. 13:1-3; 1 Co. 12:26; Ap. 1:9.

[53] Ap. 3:17-20.

[54] Ef. 1:9-10; Col. 1:20; Gn. 1-12; Ap. 21–22.

[55] Jn. 15:13; 1 Jn. 3:16.

[56] Jn. 12:24-25.

[57] 2 Cor. 4:7-10; 12:9-10.

[58] El Manifiesto de Manila, párrafo 12.

[59] El Pacto de Lausana, párrafos 4 y 5.

[60] Declaración Miqueas sobre Misión Integral.

Tomado de: http://www.lausanne.org/

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