Hagar no es conocida como “una mujer de oración”. Tampoco dice la Biblia que Ismael desde niño tenía una envidiable “intimidad con Dios”. Sin embargo, Dios los escuchó a ambos, ¡Y de qué manera! Lo importante de sus vidas en el momento cuando Dios los oye no es la técnica empleada para torcerle el brazo a Dios y obtener su favor, sino lo que Dios hace con Hagar por gracia cuando ella y su hijo se han quedado sin alternativas.
Cuando Hagar es expulsada de la casa de Abraham por una segunda y última vez,1 sale con su hijo, con pan y agua. Agotados el pan y el agua en el desierto,2 Hagar se aleja de su hijo para no verlo morir. Se sienta a llorar3 desconsoladamente; primero morirá su hijo y luego ella (Génesis 21:8-21).
Pero la historia no terminó así. Dios escuchó el llanto, la única oración que este niño y su madre podían hacer. No conocen de manuales de oración, ni de pasos, ni de fórmulas, ni secretos; lloran y Dios los oye. Para Ismael y Hagar hacer otra cosa en estos momentos hubiera sido un acto de falsedad y fingimiento; en ese momento sus fuerzas son tan pocas que no les alcanzan para fingir espiritualidad. La única oración que les sale del alma es el llanto.
Muchos de los libros populares sobre la oración intentan contestar la pregunta ¿Qué debemos hacer para que Dios nos escuche? La oración se trata como al dinero y las plantas: ideas para que crezcan y den mucho fruto. Por eso se convierte la oración en técnicas y términos, en pasos y plazos. El colmo del comerciante espiritual sería desarrollar para las iglesias una nueva técnica a partir de la historia de Ismael y Hagar, la del llanto, pues Dios no oye al que ora sino al que llora. Kimberly-Clark se pondría feliz pues serían los primeros en responder a la inusitada demanda de Kleenex en estas iglesias.
Las lágrimas nunca vienen solas; siempre están acompañadas del “humor espeso y pegajoso... que fluye por las ventanas de la nariz”;4 es decir, los mocos. Este dato podría ser considerado por algunos como bajeza humorística innecesaria y hasta vulgar. Pero no lo es.
La notamos porque para muchos el cristianismo, además de haberse reducido a secretos y técnicas, y en parte por eso mismo, se ha convertido en una extraña paradoja: antropocéntrico y deshumanizado. Antropocéntrico, porque la fe pareciera girar alrededor del ser humano: todo depende de lo que yo haga para que Dios actúe; y deshumanizado porque en el desarrollo de las técnicas nos olvidamos que somos humanos y que en muchos momentos de la vida, por muy creyente que uno sea, es perfectamente normal no saber qué hacer. Llorar para Hagar es no saber qué hacer, qué pensar ni qué decir. Llegar a ese punto es ser humanos. No necesitamos pretender ser otra cosa delante de Dios.
Imagínese a Hagar dando “el testimonio” en nuestra iglesia el siguiente fin de semana. Quizá le preguntaríamos “Cuéntanos Hagarcita, ¿Qué hiciste para que Dios te escuchara, te salvara y te diera todas esas promesas? ¿Cuál es el secreto?” Con seguridad contestaría desconcertada, “¿Hacer yo? Dios lo hizo todo; nosotros apenas si podíamos llorar. Eso fue todo.”
Aunque mucho de la oración es un misterio, dos cosas son seguras según la Biblia: (1) la forma de la oración depende de la situación del orante (esto se aplica tanto para la oración espontánea como para las oraciones hechas); y (2) la respuesta depende de la voluntad de Dios. En otras palabras, no existe en la Biblia una forma de orar que garantice la respuesta de Dios. En conclusión, así como es importante y bonita la intimidad con Dios y las oraciones elaboradas, también el llanto cuenta como oración que Dios escucha. Dios no solamente nos da permiso para llorar, sino que como buen padre toma nuestro llanto como una oración digna de ser escuchada y respondida. ©2011Milton Acosta
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1Génesis 16 relata un episodio parecido, pero muy distinto. Véase Cotter, Genesis, 175-6.
2Para un paralelo entre la experiencia de Hagar y la de Moisés en el desierto, véase García López, El Pentateuco: introducción a la lectura de los cinco primeros libros de la Biblia, 105.
3El texto hebreo dice literalmente: “y levantó la voz, y lloró”, lo cual es la expresión típica para llorar audiblemente (también en Gen 27:38; 29:11; Rut 1:9, 14). Es decir, no dice que Hagar “clama a Dios” (calls upon God) como afirma un comentarista. Véase Cotter, Genesis, 175. De hecho, el relato afirma (v. 17) que “Dios oyó la voz del niño”. Voz en este caso se debe traducir como “llanto” por razones lexicales, proximidad lingüística (v. 16) y por la trama del relato.
4http://buscon.rae.es/draeI/SrvltConsulta?TIPO_BUS=3&LEMA=moco
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