Hace unos días, al entrar al parqueadero para buscar el carro y al ver la señora que atiende el lugar que llevaba un periódico local en las manos, me pregunta con aquella espontaneidad y naturalidad: ¿Cuántos muertos aparecieron hoy en el periódico?. La pregunta retumbo en mi corazón y he reflexionado en estos días, acerca de cómo nos hemos acostumbrado a este tipo de noticias. Como para nosotros es normal que todos los días nos enteremos de que mataron, violaron, atracaron y de muchos más actos de violencia y ya no sintamos nada. Que nos hayamos acostumbrado tanto a la violencia, al maltrato infantil, al maltrato entre conyugues que hemos perdido toda sensibilidad en el corazón.
A nosotros como cristianos nos debería doler en lo profundo del corazón la situación de violencia de nuestras ciudades y no solo por nuestra seguridad sino también porque todos los días muere algún prójimo. El segundo mandamiento dice: “Amaras a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:39-40), entonces pregunto: ¿No es acaso nuestra indiferencia e insensibilidad un reflejo del desamor o de nuestra falta de amor a nuestro prójimo?.
Lo más doloroso de todo es que cristianos como tú y como yo, también nos hemos acostumbrado a la violencia y no solo eso, también somos violentos. ¿Cuántos de nosotros somos un factor de violencia en nuestras casas?, ¿Cuántos de nosotros contribuimos a la paz y armonía de nuestras familias?.
¿Por qué pasamos con el corazón preparado para el ataque, armados y prevenidos?. Es hora de revisar que está sucediendo.
Jesús dijo: Bienaventurados los pacificadores pues ellos serán llamados hijos de Dios (Mateo 5:9).
La pregunta es: ¿Actuamos nosotros como hijos de Dios?. ¿Cuántos muertos se evitarían si los hogares tuvieran paz?.
Dios les bendiga
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