Ésta es una frase que se oye a menudo para señalar el respeto que debemos mostrar a nuestros pastores y la obediencia incondicional que debemos brindarles. Si es cierto que el pastor ha sido ungido por Dios para el ministerio, este texto bíblico significa que los pastores son literalmente intocables. Oponernos a ellos, o criticarlos, viene a ser entonces un pecado muy grave, y someternos a ellos la única actitud legítima. Y lo que vale para pastores, vale también para otros líderes, especialmente profetas. Si son ungidos de Dios, ¿quién se atrevería a tocarlos?
¿Pero será eso lo que significa esta frase bíblicamente? Para interpretarla bien, tenemos que “escudriñar las Escrituras” con lupa para entender correctamente su sentido y no malinterpretarla.
Todos sabemos que “un texto sin su contexto es un pretexto”, es un texto que se está manipulando con otros fines que una genuina fidelidad a la Palabra de Dios. Tal es el caso con esta frase, que viene de una historia muy interesante. El joven David era un fugitivo del rey Saúl, quien lo buscaba para matarlo. En cierto momento, Saúl se durmió en una cueva sin saber que más adentro estaba David con sus hombres (I Sam 24:3). ¡Toda una oportunidad dorada que Dios le está dando a David! Sus hombres, muy espiritualmente, le dijeron a David que ése era el día que Dios le había prometido cuando dijo, “He aquí que entrego a tu enemigo en tu mano, y harás con él como te pareciere”.
Pero sorprendentemente, David no mató al dormido Rey sino sólo “calladamente cortó la orilla del manto” de Saul para mostrar que le había salvado la vida a su propio enemigo. Entonces David dijo a sus hombres, “Jehová me guarde de hacer tal cosa contra mi señor, el ungido de Jehová, que yo extienda mi mano contra él; porque él es el ungido de Jehová” (I Sam 24:6,10). Más adelante, cuando le llega otra oportunidad de matar a Saúl, David dice, “¿quién extenderá su mano contra el ungido de Jehová y será inocente?” (26:9,11,16,23; II Samuel 1:14; los reyes de Israel no fueron coronados sino ungidos, por lo que se conocían como ungidos).
Entonces, ¿qué significa esta frase para nosotros hoy? ¡Muy sencillo! Los cristianos no debemos “echar mano” físicamente a nuestros pastores, mucho menos matarlos. Sacarle más que eso de la frase, es manipular el texto y abusar de la Palabra de Dios.
La misma frase aparece en Salmo 105:15: “No toquéis, dijo, a mis ungidos, ni hagaís mal a mis profetas”. Aquí se refiere a los profetas y se prohíbe hacerles violencia física. Los verdaderos profetas no eran nada populares con los poderosos, porque su mensaje era duro, y muchos de ellos murieron violentamente (cf. I Reyes 19:10,14). Por eso Jesús denunció a los líderes judíos como “hijos de aquellos que mataron a los profetas” (Mat 23:31), y exclamó, “Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados” (23:37). A los perseguidos por causa del evangelio, Jesús les acordó que “así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros” (Mat. 5:11-12).
Entonces, pues, ¿qué significa esta frase en Salmo 105:15? ¡Muy sencillo! Que no debemos hacer violencia física contra los profetas de Dios, mucho menos matarlos.
Todo esto no tiene que ver con nada más que la violencia física y para nada prohibe la crítica responsable o el dudar sanamente de pastores, profetas y otros líderes. No significa en absoluto que ellos sean intocables, a quienes hemos de rendir una obediencia ciega. No son Dios, ni dictadores, sino siervos del Señor, del evangelio y del rebaño. La citada frase sólo se refiere a la violencia física, no a alguna especie de autoridad al estilo del papa en Roma. Tal clericalismo autoritario es totalmente anti-bíblico y anti-pastoral. Criticar sanamente a los líderes no es un pecado sino un deber en Cristo de todo cristiano y cristiana.
De hecho, según el Nuevo Testamento, todo creyente es un “ungido de Dios”, porque todos tenemos la unción del Espíritu Santo (I Juan 2:20,27; I Corintios 1:21-22). Precisamente eso es el sentido del día del Pentecostés. Por eso, Pablo exige que cuando alguien profetiza en la congregación, “que los demás juzguen” (I Cor 14:29). También, a los tesalonicenses, con referencia específica al don profético, les exhorta no apagar al Espíritu ni menospreciar las profecías, pero eso sí, “Examinadlo todo (¡incluso a los pastores y profetas!) y retened lo bueno” (y criticar, en amor, lo malo; I Tes 5:19-21).
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