En este salmo de súplica personal el poeta alaba a Dios por haberle concedido la gracia de vivir después de un período de crisis, por una enfermedad que sufrió como muestra de un “tiempo de disciplina divina”. El poema tiene, además, una dimensión colectiva al ser usado, como lo indica su título, en la celebración de Hannukah: la conmemoración de la dedicación del templo, después de la victoria de Judas Macabeo en el 165 a.C. Pero, ¿Qué tiene que ver la experiencia individual del salmista con la experiencia colectiva de la dedicación del templo? Eso lo veremos al final. La estructura del salmo es sencilla y se expresa así[1]: 1) declaración introductoria (v.1); 2) un resumen inicial (vv.2, 3); 3) referencia a la crisis que había vivido (vv.6, 7); 4) recuerdo del clamor que había hecho (vv.8-10); 5) la liberación (v.11); 6) declaración final de alabanza (v.12).
El salmista comienza asumiendo un compromiso individual de alabanza por lo que Dios ha hecho por él: lo ha rescatado o sacado del pozo (Is 26:19; Éx 2:16,19; Pr 20:5), y esto lo ha reivindicado ante la burla de sus enemigos (v.1). El poeta ha sido “sacado del pozo”, haciendo referencia a una enfermedad, y responde a ello con exaltación. Lo que dice ahora es que encontró en el clamor a Dios la solución para su condición de muerte. Dios lo sanó, haciéndolo subir de la tumba. Este canto lo genera un sepelio que no se dio, un entierro que no se llevó a cabo, una sepultura que no se ocupó. Es tal la emoción, que invita a otros a unirse en coro a Dios por lo que ha hecho con él (vv.2, 3). Dios, dice el salmista, no es ‘el abuelo querendón’, pero tampoco es la divinidad altanera y caprichosa. Su disciplina y su amor van de la mano, no como un binomio excluyente, sino como una dupla complementaria. Así trasforma el salmista su dicha personal en enseñanza general: “su ira dura solo un instante, pero toda una vida su amor; por la noche hay lágrimas, pero por la mañana habrá alegría” (v.5).
Ahora describe su crisis como resultado de un acto de orgullo, un descuido. Hubo un momento de abundancia, éxito y prosperidad en su vida; se sintió cómodo, seguro y se olvidó de Dios (vv.6, 7 Cp. Dt 6:10-12); reconoció que todo lo que tenía provenía de él, pero que cuando Dios ocultó de él su mirada todo se vino a pique. El problema del salmista fue la autosuficiencia (Pr 16:18). Recuerda el clamor que hizo a Dios en aquella circunstancia y le dice a Dios que lo piense bien: que los muertos no pueden alabarlo, que los muertos no pueden testificar; es decir, “vivo te sirvo más que muerto”; en el cementerio no hay culto. Por la misericordia del Señor este sepelio debe postergarse (vv.8-10). La respuesta de Dios y la liberación divina es descrita en contrastes: lamento por baile, y vestido de luto por vestido de alegría. La liberación afecta su estado emocional y le hace ‘cambiar de closet’ (v.11). El poema cierra tal como abre: con una actitud decidida de alabanza por lo que Dios ha hecho[2].
La experiencia individual del salmista, la cual estaba advertida en el Deuteronomio, llega a ser la experiencia colectiva de Israel. Cuando el pueblo de Dios llega a la tierra de Canaán, se acomoda, se vuelve orgulloso, se paganiza; Dios permite que sus instituciones colapsen y que caiga bajo los imperios de Asiria y Babilonia. El exilio fue una etapa dolorosa de disciplina y reacomodación teológica, que tenía como objetivo no la destrucción sino la preservación y purificación del pueblo, así como la recuperación de la dignidad de Dios (Ez 36: 22, 23). Ahora, si bien es cierto, no todo período de enfermedad o crisis se debe interpretar como parte de un proceso de disciplina divina a raíz de nuestros pecados, no obstante, todo tiempo de enfermedad y crisis debe invitarnos a la evaluación, la retroalimentación y a la oración. Recordemos que las cartas del NT, por ejemplo, surgieron para responder a crisis y problemáticas específicas que se desarrollaron dentro del seno de una iglesia en particular. Así, una crisis o un problema se convierten en reflexión teológica a la luz de la obra de Cristo.
El poema tiene también una dimensión colectiva y cultica. Al cantarse en la celebración de hannukah, en el templo, tal vez se está sugiriendo que la celebración o culto comunitario se convierte en espacio para la celebración del perdón, la sanidad y la restauración divinas. De igual manera, Santiago, en el NT, también propone a la comunidad, a la iglesia, como un espacio para la sanidad, el perdón y la celebración; es decir, la comunidad tiene efectos terapéuticos (Sant 5:13-20). No obstante, los tiempos de disciplina divina son también actos de gracia que tienen un objetivo positivo: la restauración del pueblo o de un individuo en particular. ¡Cantemos y alabemos a nuestro Dios, porque “su cólera dura un momento, pero toda una vida su favor”! Fin.
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[1] BRENEMAN, Mervin, Comentario Bíblico Mundo Hispano Tomo VIII: Salmos. Mundo Hispano- El Paso (Texas), 2010, p 141.
[2] La palabra que se traduce como ‘alma’ es realmente la palabra hebrea para ‘gloria’: kabod. Aquí se presenta, tal vez, una corrupción en el texto ya que la palabra hebrea para ‘hígado’ o ‘corazón’ es kabed.
1 comentario:
es cierto que los antiguos hebreos consideraban que el amor residía en el hígado ya como ahora creemos que está en el corazón.
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