En América Latina conviven las épocas pre-moderna, moderna y posmoderna. No es extraño en algunas de nuestras ciudades observar un antiguo “revolucionario” hablando por un teléfono celular satelital en un Mercedes-Benz del estado, mientras espera que cambie el semáforo; simultáneamente escucha a Mercedes Sosa, mientras observa por la ventana blindada a un reciclador en su vehículo de tracción animal. De este vasto y fascinante tema de las épocas, nos interesa aquí la limitación de las clasificaciones que se hacen de la humanidad y la discapacidad hermenéutica que puede producir en el intérprete de la Biblia, de los tiempos bíblicos y del nuestro.
Entre las muchas características que se podrían mencionar de la modernidad, hay dos sobresalientes: la confianza de la humanidad en los académicos y la confianza de los académicos en sus métodos. Pero, estas dos características parecen haber existido mucho antes de la modernidad. Y sobre ellas muchos tomaron y persuadieron a otros a tomar decisiones sumamente importantes.
Es cierto que los tiempos cambian, pero no del todo. El Evangelio de Juan muestra la confianza que la gente tenía en los académicos y la confianza de los académicos en sus métodos. La fórmula para decidir si creían o no en Jesús era más o menos así: Para que lo que se afirma pueda ser creído, debe haber sido creído primero por un académico; y si nuestros métodos de hacer historia y de confirmar la verdad no lo aseveran, no se puede creer. Así pensaban en el siglo primero personas que muchos siglos después hubiéramos llamado modernistas. Veamos.
Juan 7:48–53 relata algunos aspectos de la discusión sobre el origen de Cristo. Como se observa en el texto, hay muchas opiniones sobre quién es Jesús, algunas a favor, otras en contra. Los dos extremos son obviamente los que creen y le siguen (para hacerlo su rey), y los que no creen y le persiguen (para eliminarlo). El argumento de estos últimos para no creer en Jesús tiene dos pilares. Lo presentamos textualmente para evitar sospechas de tergiversación de la Biblia: 1) “¿Acaso ha creído en él algún magistrado o algún fariseo? Pero esta gente que no conoce la Ley son unos malditos” (vv.48–49); y 2) “Indaga y verás que de Galilea no sale ningún profeta” (v. 52b).
Los fariseos no son meros “religiosos.” Son personas racionales que llevan su racionalidad hasta las últimas consecuencias. Toman sus decisiones a partir de un análisis de los datos, los antiguos y nos nuevos. La violencia contra Jesús es tema de otra discusión, pero por lo menos uno debe suponer que rechazan a Jesús porque quieren actuar responsablemente. No pueden traicionar ni su tradición ni sus métodos de interpretación. Por lo menos eso es lo que se ve superficialmente.
Cuando uno constata esto en el Nuevo Testamento, le parece estar leyendo a Hume, a Lessing, a Ritschl o a Harnack. Las clasificaciones de las épocas de la historia y sus características son útiles mientras no nos hagan creer que “esto es primera vez que ocurre.” Algunas formas de pensar son simplemente humanas y como tales trascienden los siglos, las épocas y las generaciones.
¿Cuál era el problema de los que rechazaron a Jesús por su confianza en los académicos y por la confianza de éstos en sus métodos? Hay varios factores que se podrían mencionara para explicar su menosprecio por Jesús. Pero hablemos solamente de un par. Los capítulos siguientes de Juan muestran que detrás de este andamiaje intelectual y teológico se esconden dos cosas: el miedo y la parálisis que este produce. Estos fariseos no pueden estar abiertos a la idea de que Jesús es el Cristo porque los que tienen la sartén por el mango han dicho que quien confiese que Jesús es el Cristo será expulsado de la sinagoga (Juan 9:22). Eso hace que la posibilidad ni se considere porque aparentemente para ellos extra sinagogam nulla salus.
Este último dato nos lleva inevitablemente a una tercera razón por la cual hay personas que rechazan a Jesús. No tiene nada que ver con sofisticación intelectual ni con estadísticas ni con modernidad. Se trata simplemente del miedo a dejar de pertenecer a los círculos a los que se ha pertenecido, los cuales dan un sentido de comodidad, de pertenencia y de valoración como individuos. Claro, tampoco debemos engañarnos con falacias lógicas y pensar que si alguna propuesta desafía a los académicos y produce miedo es porque es verdadera puesto que ser cristiano no significa ser anti-intelectual, como algunos piensan erróneamente.
Tomado de: www.pidolapalabra1.blogspot.com
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