Tomo el titulo de un libro de Philip Yancey para expresar algunas cosas. Acaba de terminar un año, para algunos bueno, para otros regular y para muchos malo. Muchas áreas de la vida podrían evaluarse pero quiero delimitar esta reflexión a la vida espiritual. La fe se vive día a día y día a día hay que sostenerse y los cristianos sabemos con suficiencia lo que hay que hacer para permanecer en Cristo en victoria.
La pregunta entonces es: ¿El año que termino fue bueno, regular o malo?, ¿MI militancia fue genuina o de apariencia?.
En lo que respecta a la vida espiritual tenemos tres jueces en esencia. El primer Juez y quien a su vez nos da la mano para levantarnos si nos arrepentimos es el mismo Señor Jesús. Cuan indignos nos hemos sentido a veces. Tan indignos que optamos por alejarnos de El, cometiendo el más grave de los errores. Alejarnos de El también aleja la posibilidad de restauración. En este aspecto es la culpa y pensar que no hemos hecho nada para merecer su perdón es lo que nos hace distanciar del Señor. El segundo juez entonces, somos nosotros mismos. O nos sentimos demasiado culpables o ya nos hemos habituado tanto al pecado que ni nuestra conciencia nos reprende. El sentimiento de culpa nos quita el deseo de pedir perdón y de acercarnos a Dios. El último Juez es la gente, los hermanos en la fe y nuestra propia familia. Es común que nadie tenga misericordia de nosotros y nos condenen con toda severidad.
De estos tres jueces el único que tiene la gracia y la misericordia es el Señor Jesús, de quien nos alejamos por que pensamos que no hemos hecho lo suficiente o nos sentimos indignos olvidando que no hay nada que hacer, ya todo fue hecho en la cruz. Nosotros nos condenamos y la gente también nos condena.
Lo único que queda es confiar en su gracia, perdón y amor. Si tuvimos un año bueno, acerquémonos mas a Dios, intensifiquemos nuestra búsqueda y amemos y sirvamos al prójimo. Si tuvimos una año regular o malo, la gracia del Señor nos espera para que nos reconciliemos con Dios y empecemos de nuevo.
La gente me condena, yo me condeno, El Señor no me condena, quiere que me arrepienta y empiece a caminar con El como debe ser.
Cuando la mujer adultera fue puesta a los pies del Señor, ella esperaba el juicio sin misericordia y la gente esperaba lo mismo. Al final escucha estas palabras: Vete y no peques mas. Lo mismo nos dice el Señor en esta noche.
Dios les bendiga
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