Texto:
9 A unos que
confiaban en sí mismos como justos, y menospreciaban a los otros, dijo también
esta parábola:
10 Dos hombres
subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano.
11 El fariseo,
puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque
no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este
publicano;
12 ayuno dos
veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano.
13 Mas el
publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se
golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador.
14 Os digo que
éste descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que
se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido.
INTRODUCCION:
La parábola del fariseo y el
publicano es una de las dos parábolas que Lucas relata acerca de la oración. La
intención de Jesús era mostrar la gran diferencia. La diferencia que puede
marcar el destino del hombre. La eterna lucha entre el orgullo y la humildad.
Una
rana se preguntaba cómo podía alejarse del clima frío del invierno. Unos
gansos le sugirieron que emigrara con ellos. Pero el problema era que la rana
no sabía volar. "Déjenmelo a mí" -dijo la rana-. "Tengo un
cerebro espléndido".
Luego pidió a dos gansos que la ayudaran a recoger una caña fuerte, cada uno sosteniéndola por un extremo. La rana pensaba agarrarse a la caña por la boca.
A su debido tiempo, los gansos y la rana comenzaron su travesía. Al poco rato pasaron por una pequeña ciudad, y los habitantes de allí salieron para ver el inusitado-espectáculo.
Alguien preguntó: "¿A quién se le ocurrió tan brillante idea?" Esto hizo que la rana se sintiera tan orgullosa y con tal sentido de importancia, que exclamó: "¡A mí!"
Su orgullo fue su ruina, porque al momento en que abrió la boca, se soltó de la caña, cayó al vacío.
Luego pidió a dos gansos que la ayudaran a recoger una caña fuerte, cada uno sosteniéndola por un extremo. La rana pensaba agarrarse a la caña por la boca.
A su debido tiempo, los gansos y la rana comenzaron su travesía. Al poco rato pasaron por una pequeña ciudad, y los habitantes de allí salieron para ver el inusitado-espectáculo.
Alguien preguntó: "¿A quién se le ocurrió tan brillante idea?" Esto hizo que la rana se sintiera tan orgullosa y con tal sentido de importancia, que exclamó: "¡A mí!"
Su orgullo fue su ruina, porque al momento en que abrió la boca, se soltó de la caña, cayó al vacío.
Exegesis:
A unos que confiaban:
Los fariseos no solo creían en
lo que hacían sino que también intentaban convencer a los demás que estaban en
lo correcto. Con esto pretendían tener buena imagen en la sociedad y ser bien
vistos y valorados por sus semejantes. Ellos vivían tranquilos convencidos de
que el cielo era de ellos y eso hacían creer a los demás. Eran muy
convincentes. Por su cabeza jamás paso la idea de que Jesús se iba a expresar
de la manera que lo hizo en esta parábola.
Justos: La idea de justicia de
los fariseos paso de ser una cualidad del ser a una necesidad de parecer. Era
tal la obsesión de parecer que llegaron a enorgullecerse de la manera como vivían
y aparentaban su fe ante los demás así sus virtudes existieran solo en su
imaginación. Su formación en la Torah les daba la seguridad de que estaban en
la voluntad de Dios. Llegaron al extremo de pensar que sus vidas estaban
perfectas y no necesitaban corrección. Ellos por ser “justos” tenían el cielo
ganado y se habían ganado el derecho de erigirse en jueces de los demás no para
ayudarlos a cambiar pero si para alimentar su ego y condenar.
Menospreciaban:
Los que ellos consideraban
pecadores no contaban para ellos. En otras palabras, ellos daban por descontado
que los que ellos despreciaban eran desechados por Dios.
La lección que Jesús iba a dar
jamás se les olvidaría.
Dos hombres subieron al templo
a orar:
Muy común por aquella época.
Orar no era solo pedir, también era un ofrecer. Lo que el texto dice es que los
dos hombres fueron a ofrecer sus oraciones.
Orar es: Rogar, suplicar.
Presentarse ante Dios para hablar con él. Orar es una necesidad, la necesidad
de estar con él.
“Proseuchomai” -orar- significa “intercambiar
deseos”. Jesús se iba todos los días un rato -largo- a intercambiar deseos con
el Padre.
Orar entonces, no es solo
ofrecer un tiempo para estar a solas con Dios es intercambiar deseos con él. Me
viene a la mente Getsemaní. “Padre si quieres pasa de mi esta copa pero no se
haga mi voluntad sino la tuya (Mateo 26:39)
La oración del leproso:
“Si quieres puedes limpiarme”. (Mateo 8:2)
En ambas oraciones e
impone el deseo de Dios. En últimas mis deseos están supeditados a la voluntad
del Padre.
Que difícil fue para los
fariseos entender esto!
El Fariseo:
Es muy posible que este
fariseo llevara un propósito muy claro y definido Al ir al templo a orar, pero
cuando vio al publicano se descompuso.
Su espiritualidad no le
alcanzo para compartir con otro un espacio de oración. Su falta de misericordia
desvió su propósito y daño su comunión con Dios.
Entonces comenzó su show:
Dice el texto que oraba
consigo mismo. La intención era establecer una clara diferencia entre él y el
publicano.
Quería dejar claro que él
era espiritual y el publicano era un pecador sin esperanza.
Deja de orar a Dios y
comienza a hablar de sí mismo. Y en resumen lo que quiso decir es: Yo no soy un
fraude como este publicano.
Yo soy un creyente de
verdad, soy una persona espiritual, soy una persona aprobada por Dios. Este
pobre hombre que está a mi lado está condenado al infierno.
Y remata el fariseo: Ayuno
dos veces por semana y doy diezmos de todo lo que gano. Hago todo lo se debe hacer
para merecer el favor de Dios.
Para el fariseo sus
acciones le daban opciones con Dios.
La oración del fariseo es
la de la autocomplacencia y confianza en sí mismo en oposición a la confianza
en Dios.
El Publicano:
El publicano simbolizaba
el polo opuesto de aquella sociedad. Su profesión consistía en recaudar
impuestos para los romanos. Si el fariseo daba el diezmo de todo lo que ganaba,
el publicano cobraba para su bolsillo más de lo que las tarifas le exigían. Los
publicanos tenían fama de cobrar más de lo que debían. De ahí a que a todos se les
consideraba ladrones.
Lejos:
No se atrevió a pasar de
la puerta del atrio del templo.
Fija su mirada en el piso:
La vergüenza de su culpabilidad
no le permitió levantar sus ojos al cielo. Se golpeaba el pecho, es decir, el
corazón donde residía el origen de su pecado, o cual demostraba un profundo
arrepentimiento.
Se propicio:
El recaudador de
impuestos, consciente de su pecado y de pertenecer a lo desechado de la
sociedad no acertaba más que a pedir misericordia. Su oración fue de súplica.
¿De qué podía enorgullecerse ante Dios, un miserable pecador como el?
El publicano solicita a
Dios que intervenga en su vida.
Al fariseo le basta con
que Dios certifique su condición de hombre justo.
¿Qué dijo Dios?
Sorpresa!
La oración del fariseo no
encontró gracia delante de Dios. El que se creía no era lo que creía. El
publicano a cambio se fue justificado.
En esta parábola Dios se
niega a ser el guardián inmóvil de una ley que el mismo había creado. La ley es
para el hombre no el hombre para la ley. En otras palabras, cuando la ley no
cumple su propósito de cambiar al hombre, el hombre termina siendo esclavo de
las apariencias.
Al que no era más que un
vulgar pecador, Dios le declara justo. Lo que cuenta no es el pasado que se
haya tenido sino el arrepentimiento sincero del presente. La confianza en Dios
pesa más en la balanza divina que la fe en los méritos propios. La verdadera
justicia que proviene de Dios no se basa en las prácticas religiosas o en el
cumplimiento estricto de la ley, sino en el reconocimiento sincero de la propia
humillación. En otras palabras: El que se humilla será justificado.
Pueden imaginarse a los
fariseos?. En el talmud existe una oración parecida.
El mensaje de la parábola
es: “Dios acepta al pecador arrepentido que suplica humildemente su perdón,
pero rechaza al justo que no sabe humillarse y se cree autosuficiente”. Dios
comprende a los desesperados y derrama sobre ellos su perdón, pero no aprueba
el orgullo en el corazón humano.
En la confesión de su
pecado es donde encuentra el publicano su condición de justo. El fariseo no
consigue su justificación porque confía en sí mismo. La verdadera justificación
solo puede provenir de Dios y no de la observancia de unas leyes. El justo no
es aquel que cumple una lista de normas, sino el que confía en la misericordia
divina, reconoce sus propios errores, los confiesa delante de Dios y se
arrepiente de todo corazón. El error del fariseo fue creer que la salvación
dependía de el mismo. Nada más equivocado. Dios no acepta que la práctica de
los mandamientos lo relegue a Él y a las otras personas. Obedecer a Dios no es
excusa para apartarse de Él y abandonar la misericordia hacia el prójimo. La
observancia de los mandamientos no puede alejarnos de su esencia.
El publicano consiguió el
perdón porque aprendió a humillarse.
Resonancia:
¿Qué nos dice a nosotros
hoy esta parábola?.
Vamos a hablar de cuatro
cosas. Tres del fariseo por una del publicano. En lo que tiene que ver con el
fariseo podemos mirar tres cosas que pueden identificarnos con él y que tiene
que ver con la actitud hacia el prójimo.
I.
Orgullo (Fariseo). “El ego distorsiona la realidad”
-
El Juicio
Voy a decirlo en el
lenguaje de las películas de vaqueros. “Cuando se trata de juzgar a otros somos
la lengua más rápida del oeste”.
Podría decir que juzgar a
los demás es una especie de deporte. Cualquier cosa es una buena excusa y lo
hacemos sin conocer las historias.
Los invito a hacer una
lista como ejercicio.
La Iglesia de hoy se ha
contagiado de la superficialidad del mundo de hoy.
Porque se juzga en la
Iglesia hoy?.
La razón es farisaica. Si
hace menos que yo en la Iglesia o no viene a todas las actividades o no lo vi
el domingo o hace dos domingos que no lo veo.
No, no y no. Dios no está
mirando lo que haces, está mirando cuan arrepentido estas y como se refleja ese
arrepentimiento en tu vida.
A Dios no le interesa lo
que hago si eso me desubica. No puedes perder el enfoque por el hacer. Dios
quiere mi corazón cambiado y debo trabajar en eso día a día.
-
El Desprecio
Si el desprecio por
razones económicas, de raza o ideología es perverso imagínense cuanto más el
desprecio por razones religiosas.
El mismo Jesús dio ejemplo
y Pablo lo dice en Filipenses 2:1-11
Nada hagan por contienda o
por vanagloria sino estimando cada uno a los demás como superiores a el mismo.
Si desprecio a mi hermano sin importar la razón entonces
estoy n el lugar equivocado.
En la Iglesia no cabe el
me cae mal o me cae gordo.
El que desprecia a su
hermano nunca ha sido hijo de Dios.
No necesito decir más.
-
La Condenación
Es un defecto muy común en
la Iglesia. Se condena muy fácil.
Que atrevidos somos a
veces.
Nos hemos puesto a pensar
como nos mira Dios cuando estamos en la posición de jueces, despreciando o
condenando.
Cuanto nos parecemos a los
fariseos.
La semilla del evangelio
no puede nacer en un terreno lleno de espinas de la vanagloria personal.
Los fariseos tenían en
Miqueas 6:8 la palabra. Hacer Justicia, amar misericordia y humillarte ante tu
Dios.
II.
Humildad (Publicano). “La humildad me ubica en la realidad”.
La oración del publicano
era la oración del desesperado. Del desesperado por perdón.
El propósito de su oración
era reconocer su maldad y pedir misericordia.
Seguramente se acordó de
las palabras de David en el salmo 51. “Ten piedad de mí que soy pecador”.
Solo cuatro preguntas:
Que tan fácil reconozco
mis errores?
Que tan fácil reconozco
mis pecados?
Que tan fácil pido a Dios
misericordia?
Que tan fácil cambia Dios
mi corazón?
El punto de referencia
principal para aquellos que desean parecerse al publicano es Jesucristo mismo.
El hijo de dios que humilde va al calvario. De ahí que su cruz sea el símbolo
que juzga y distingue entre el hombre humilde que se acoge a la verdad divina y
el orgulloso que sigue los pasos del maligno.
CONCLUSION:
La gran diferencia entre
el fariseo y el publicano la hizo la humildad.
Tres cosas.
Que tanto me parezco al
fariseo?
Que debo aprender del
publicano?
Que voy a hacer a partir
de ahora?
Recuerda que Dios espera
que vaya a él con humildad. Nunca me va a despreciar.
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