La realidad de hoy exige una respuesta para hoy. La Iglesia de Cristo no puede ni debe ser ajena a la problemática y a los desafíos que presenta el mundo. Recordemos que en primer lugar debemos ser sal y luz. La Iglesia no puede acomodarse a los postulados de la modernidad ni de la postmodernidad, dejando espacios para que los creyentes se aparten de la vida consagrada y comprometida a la que nos llama Jesús. De ninguna manera, podemos ignorar el bombardeo inmisericorde de propaganda sexual, de ninguna manera podemos ignorar el acoso a que estamos sometidos tanto hombres como mujeres cristianos. La Iglesia debe tener una respuesta pastoral. Grupos de oración de matrimonios, grupos de parejas que cumplan su propósito, educación sexual en la Iglesia orientada a niños, jóvenes y casados, etc. Hay que explorar alternativas. En segundo lugar, hay que prestarle atención a los departamentos de consejería o consejeros. A quien le estamos delegando esa labor. ¿Cumple esta persona con los requisitos y preparación necesarias?, ¿Es efectivo en la consejería?, ¿Hemos evaluado este departamento en la Iglesia?, ¿Qué está pasando? En tercer lugar está el pulpito. ¿Qué estamos enseñándole a la Iglesia’, ¿Cuál es el énfasis de nuestros mensajes? ¿La Iglesia esta creciendo espiritualmente?, ¿Está creciendo en santidad y testimonio?. ¿Somos responsables y serios en la enseñanza de las Escrituras?. Por último está la consagración de cada creyente. Quiero aclarar que no me refiero a legalismos, ni a apariencias externas de piedad. La consagración no puede ser evaluada a simple vista. La consagración es u estado del corazón, es algo íntimo y personal. Debemos exhortar y animar a los miembros de nuestras iglesias a que busquen a Dios, a que tengan una relación íntima y personal con El, a que permitan que Dios trabaje en sus corazones, a que cambien en lo secreto. Tenemos trabajo por hacer. Dios nos guie, ayude y asista. La responsabilidad es inmensa. Pensemos en las palabras del Señor: “Bien, buen siervo y fiel”.
Dios les bendiga
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