jueves, 27 de octubre de 2011

Llevar Fruto: El Propósito Central De La Vida Por Daniel Zuccherino Texto Bíblico: Juan 12.20-26a

“Y había unos griegos entre los que subían a adorar en la fiesta; éstos, pues, fueron a Felipe, que era de Betsaida de Galilea, y le rogaban, diciendo: Señor, queremos ver a Jesús. Felipe fue y se lo dijo a Andrés; Andrés y Felipe fueron y se lo dijeron a Jesús. Jesús les respondió, diciendo: Ha llegado la hora para que el Hijo del Hombre sea glorificado. En verdad, en verdad os digo que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, produce mucho fruto. El que ama su vida la pierde; y el que aborrece su vida en este mundo, la conservará para vida eterna. Si alguno me sirve, que me siga; y donde yo estoy, allí también estará mi servidor; si alguno me sirve, el Padre lo honrará”. (Biblia de la Américas) Una pregunta fundamental que debemos hacernos como cristianos es: ¿qué vamos a hacer con nuestra vida?¿Qué quedará, con valor eterno, de nuestro paso por este mundo cuando ya no estemos aquí?.¿Cuál es el propósito de mi vida como cristiano?Podemos responder, basados en la Escritura, que el propósito central de nuestra vida es llevar fruto para la gloria de Dios: y que todo lo demás es secundario. Nuestra obra y palabra serán juzgadas a la luz del fruto que produjeron.Veamos algunos aspectos que surgen del pasaje leído, los cuales nos permiten saber en qué consiste llevar fruto y cómo es posible hacerlo.

1. Mostrar a Jesús. (v. 21)

El pasaje describe la siguiente escena: El señor Jesús se presenta con sus discípulos en la celebración de una fiesta religiosa, a la cual también han acudido ciertos griegos.

Más allá de que si se trataba de judíos de origen griego o directamente gentiles griegos que habían abandonado su culto politeísta y pagano y reconocían al Dios único, el Dios de Israel, lo cierto es que estos griegos representan muy bien a la gente en general, a aquellos del mundo que se encuentran en una búsqueda sincera del Señor. Representan a las naciones que le fueron prometidas al Hijo de Dios desde antes de que el mundo fuese (Salmo 2).

Estos griegos se acercan con un ruego, un clamor: quieren “ver a Jesús”.
Cuán apropiado es que como pueblo de Dios entendamos nuestra razón de ser: nuestra competencia de llevar fruto se medirá por lo que la gente alcance a ver en nosotros del carácter de Cristo! Nuestro propio carácter no puede llevar fruto espiritual permanente.

El mundo de hoy día, escéptico con la religión y a la vez abierto a todo lo alternativo: “Nueva Era”, ocultismo, etcétera, este mundo posmoderno no podrá ser convencido por nuestros argumentos: debemos, como pueblo del Señor, manifestar a Cristo y su poder, a Cristo y su carácter. El mundo no quiere oír hablar del Amor de Dios, pero sí espera verlo manifestado entre nosotros y extendido al mundo en general.
Los griegos del relato bíblico clamaban por ver a Jesús, pues percibían que no representaba al sistema religioso, la religión institucional, las largas “palabrerías” de los escribas y los fariseos, sino que hablaba con autoridad, obraba milagros y aparecía comprometido con Dios hasta la muerte.

Tu familia (tus hijos, tu esposa, tu esposo), tus vecinos, tus compañeros del lugar donde trabajas, ¿pueden ver a Cristo en tu vida?.
No podemos llevar fruto hasta el momento en que la vida de Cristo se encarne en nosotros. No llevaremos fruto por simplemente hablar. Lo que predicamos debe encarnarse en nosotros.

Los griegos del relato bíblico podían vislumbrar que este hombre era mucho más que palabras: El Verbo, la Palabra de Dios, se había hecho carne (Juan 1.14).

En este punto nos preguntamos: ¿qué debo hacer para que la vida de Cristo se encarne en mí? La respuesta es sencilla y tremenda a la vez.

2. Morir para vivir (v. 24)


Cristo explica la naturaleza de su misión. Anuncia: “Ha llegado la hora para que el Hijo del Hombre sea glorificado”.

Lo que afirma a continuación se aplica primordialmente a él (él es el Redentor que muere para que obtengamos vida) pero, por extensión se aplica en sus demás aspectos a nosotros, sus seguidores.
“Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo, pero si muere lleva mucho fruto”.

¿Qué es morir? ¿Qué significa para nosotros la figura del grano de trigo que cae a tierra y muere?. Luis Palau ha explicado que cada vez que mi voluntad se cruza o contrapone con la voluntad revelada de Dios y yo elijo obedecer a Dios, aunque humanamente me desagrade, me duela o me perjudique, el grano de trigo cae a tierra y muere. Es la muerte a los intereses personales, al prestigio de este mundo, a los planes y proyectos propios. Es poder confesar con el Apóstol Pablo: “Con Cristo estoy juntamente crucificado y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” (Gálatas 2.20a).

Es formativo el ejemplo que el Señor Jesús nos presenta. Si el grano no cae a tierra, se conserva, siempre será identificable. Será un grano ahora y por muchísimo tiempo, solo uno. Se han hallado semillas en excavaciones arqueológicas, por ejemplo en las pirámides egipcias. Esas semillas, luego de miles de años no han perdido su individualidad pero tampoco han producido nada.

El egoísmo es, en la vida espiritual, el gran obstáculo que evita la rotura del grano. Sin rotura, sin quebrantamiento no habrá fruto.
El grano, cuando cae a tierra, se va desintegrando, pierde su individualidad, en un sentido ese grano se va a perder, pero al cabo de los años ha originado miles y miles de semillas.

Cristo, en la última cena, antes de ser entregado: “Habiendo tomado pan, después de haber dado gracias, lo partió y les dio, diciendo: esto es mi cuerpo que por vosotros es dado; haced esto en memoria de mí.” (Lucas 22:19)

Hacer memoria del Señor no es solo participar de la cena sino también romper nuestro egoísmo y entregarnos sacrificialmente por nuestros hermanos.

Desde Abraham en adelante, oír el llamado de Dios y obedecerlo implica salir sin saber a dónde va uno, despojándose y dejando de lado el proyecto propio de vida, es la decisión de que nuestro yo muera para que Cristo viva en nosotros.

3. Conversión de nuestros valores (v. 25)

Encarnar en nosotros la vida de Cristo significa una conversión que no se limita a lo que creemos doctrinalmente, sino que revoluciona y transforma nuestra concreta forma de vida, nuestros valores.

Amar la vida de este mundo y seguir a Cristo resulta incompatible.

¿Cuáles son tus prioridades y tus objetivos en la vida? La respuesta a esa pregunta responde exactamente a la cuestión de que si amas la vida de este mundo o la aborreces por causa de Cristo; o sea, si has muerto o no, para que la vida Cristo se encarne en la tuya; si el grano de trigo ha caído a tierra o permanece intacto y estéril.

Que Cristo esté en nosotros y con nosotros en eso consiste la vida abundante (Juan 10.10), lo demás solo resultará en vacío, vanidad y muerte.

¿Qué será de ti al final de tu vida cuando se haga el balance final? Lo único que permanecerá en esa hora será el fruto que hayas podido llevar en el poder del Espíritu Santo para la gloria de Dios.

En Juan 17, cuando la cruz era inminente, Cristo, el Señor, se regocija, no en los milagros, no en la enseñanza en sí misma (esos eran medios, pero no el fin) sino en las vidas salvadas, formadas y  conducidas: en el fruto.

La vida de aquellos que te reconocen autoridad espiritual (tus hijos físicos y espirituales) son tu tesoro y tu objetivo. Cooperar con la obra del Espíritu Santo para su desarrollo y formación en Cristo es tu tarea: ellos constituirán el fruto. Es una tarea con responsabilidades individuales pero que abarca a toda la comunidad de fe y solo puede cumplirse en su seno.

4. El que lleve fruto tendrá la honra del Padre (v. 26)

Cuando todo haya pasado, cuando nosotros no estemos en este mundo, cuando este mundo también haya pasado, ¿qué otra cosa será valiosa?

El Padre honrará a quienes hayan llevado fruto, lo demás, el prestigio y la opinión humana, habrán dejado de ser.

El mundo habrá pasado y sus deseos, pero el que haya hecho la voluntad de Dios permanecerá para siempre.

En el centro de la voluntad de Dios para nuestra vida está el que llevemos fruto. Alguien dijo: “la vida es como una moneda, podemos gastarla como queramos, pero solo una vez podemos gastarla”

¡Que Dios nos ayude a invertir nuestra vida, a “perderla” en el concepto del mundo, de tal modo que seamos el grano de trigo que cae a tierra y muere y así consigamos llevar mucho fruto! Amén.

El propósito central de nuestra vida es llevar fruto para la gloria de Dios: y que todo lo demás es secundario.

Tomado de: http://www.desarrollocristiano.com/articulo.php?id=2390&c=all

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