lunes, 3 de mayo de 2010

Métodos De interpretación Bíblica

En toda labor de investigación, los resultados dependen en gran parte de los sistemas o métodos de trabajo que se emplean. La tarea hermenéutica no es una excepción, pues el modo de inquirir el significado de los textos determina considerablemente las conclusiones del trabajo exegético. Ello explica la disparidad de interpretaciones dadas a unos mismos pasajes de la Escritura, con las consiguientes implicaciones teológicas y prácticas. Ni en la interpretación de la Biblia ni en la de ningún texto literario debe darse, en principio, por buena la teoría del significado múltiple, es decir, la idea de que a un mismo texto se le pueden atribuir sentidos diferentes que permitan, o incluso exijan, interpretaciones diferentes. Esto puede suceder en algunos casos, pocos, como vimos en el capítulo 1 al referirnos al sensus plenior; pero normalmente un texto tiene un solo significado verdadero. Descubrirlo es la misión del exegeta. Y como el éxito en tal empresa está condicionado por el método interpretativo que se sigue, es de todo punto necesario escoger el más adecuado. Por tal razón, dedicamos algunos capítulos a los métodos más usados en la hermenéutica bíblica. De antemano, recomendamos al lector prestar especial atención a la enorme influencia ejercida por los presupuestos filosóficos de los intérpretes en su modo de practicar la exégesis. Ello confirmará el imperativo de que toda interpretación bíblica sea precedida de un honrado análisis crítico de los conceptos previos alojados en la mente del exegeta.

MÉTODO LITERALISTA

El literalismo descansa sobre el postulado de que un texto ha de entenderse siempre en su sentido literal, a menos que ello sea razonablemente inadmisible, como sucede en el caso de .las metáforas las fábulas los símbolos y otras figuras de lenguaje. El literalismo haciendo caso omiso de los fundamentos racionales del lenguaje, autoriza las más absurdas licencias para que el intérprete derive a su antojo conclusiones «exegéticas» de una frase, una palabra o una sola letra. Por este camino, la fantasía puede llevarle hasta extremos tan originales como ridículos. Este fue el caso de los literalistas hebreos. A pesar de que los judíos palestinenses habían establecido sanos principios de interpretación del Antiguo Testamento, muchos de sus rabinos estuvieron muy lejos de ponerlos en práctica. Sentían un profundo respeto hacia la Escritura, que consideraban sagrada hasta en sus letras; pero otorgaron una importancia excesiva a su ley oral (Mishna), lo que frecuentemente les impedía una interpretación correcta del texto escrito. Recuérdese el reproche de Jesús a sus contemporáneos que, con su tradición, invalidaban la Palabra de Dios.

Descuidaron el fondo histórico de cada texto, factor importantísimo en toda buena exégesis. Su preferencia por la Ley, con relativa indiferencia hacia los Profetas y los llamados Escritos del Antiguo Testamento, marcó su interpretación con el cuño del legalismo, lo que no correspondía plenamente ni hacía justicia al conjunto de la revelación veterotestamentaria. Y su afición al «Letrismo» les privó de discernimiento para distinguir lo esencial de lo incidental, lo que a menudo los condujo a resultados grotescos. He aquí algunos ejemplos ilustrativos del t.tipo de exégesis practicado entre los rabinos de la escuela palestinense:

Comentando el primer versículo del Salmo 130, tan cargado de dramatismo espiritual y tan rico al examinarlo a la luz de la totalidad del salmo, el intérprete judío, siempre inclinado al literalismo sólo ve una forma externa de orar. «De los profundos» Significa que la oración debe practicarse en la posición más baja posible.

Todavía hoy, en predicaciones y en escritos de tipo devocional, se siguen tomando palabras o frases de la Escritura para sacar de ellas lecciones espirituales que pueden resultar edificantes y no contradicen las enseñanzas bíblicas, pero no se ajustan al verdadero significado del texto. Tal práctica siempre entraña el riesgo de caer en lo erróneo y en lo extravagante.

MÉTODO ALEGÓRICO

La alegoría es una ficción mediante la cual una cosa representa o simboliza otra distinta. Puede considerarse, pues, como una metáfora ampliada. Su uso se ha generalizado tanto en la literatura religiosa como en la secular cuando se ha querido expresar verdades metafísicas. También en la Biblia encontramos alegorías, como veremos al tratar las diversas formas de lenguaje figurado. Pero no es la alegoría en sí lo que ahora vamos a examinar, sino la aplicación del principio alegórico a la interpretación de la Escritura, en virtud del cual toda clase de textos, incluidos los históricos y los que claramente tienen un significado literal, han de interpretarse sacando de ellos un significado distinto, oculto a simple vista, pretendidamente más rico y profundo. Este método se distingue, al igual que otros que estudiaremos, por una ausencia casi total de preocupación respecto a lo que el autor sagrado deseó comunicar y por la libertad con que se abren las puertas al subjetivismo del intérprete. Lo que importa, en el fondo, no es lo que el hagiógrafo quiso expresar, sino lo que el intérprete quiere decir. Como consecuencia, el producto de la exégesis puede variar adaptándola, según convenga, a las formas cambiantes del pensamiento de cada época. Con razón K. Grobel se ha referido a la alegorización como a un «arte camaleónico.

INTERPRETACIÓN DOGMÁTICA

Aunque teóricamente todos los sistemas teológicos del cristianismo han sido elaborados a partir de la Biblia, la verdad es que tales sistemas pronto han adquirido en muchos casos una autoridad propia que ha impuesto sus conclusiones con toda rigidez a la labor exegética. La teología no siempre ha sido sometida a constante examen, en sujeción al texto, iluminado por un mayor conocimiento hermenéutico. Por el contrario, la interpretación ha sufrido los efectos de un fuerte ceñimiento con las fajas de tradiciones teológicas. La interpretación dogmática se ha practicado -y se practica aún- en mayor o menor grado en todas las confesiones cristianas, pero ha caracterizado de modo especial al catolicismo romano. En el caso de los escrituristas católicos, a pesar de la libertad creciente de que disfrutan, su exégesis siempre está hipotecada por el dogma. Como sinceramente reconoce Leo Scheffczyk, profesor católico en la universidad de Múnich, «si se pregunta a la dogmática católica por el sentido y el método de la verdadera interpretación de la Escritura, esta pregunta aparece en seguida incluida en un vasto sistema de relaciones, que tiene que ser descubierto en las respuestas. Por eso la pregunta no sería contestada por la dogmática católica de una forma suficiente, si procediera exclusivamente de la Escritura y sólo tuviese en cuenta los requisitos que provienen de la Biblia; porque para la dogmática católica la Escritura no es el único principio del conocimiento, sino que también lo es el dogma»." Según la teología ortodoxa del catolicismo, ninguna interpretación puede estar en contradicción con el dogma o con el magisterio eclesiástico, lo que niega el principio protestante de que ningún dogma puede estar en contradicción con las claras enseñanzas de la Escritura y que ésta debe ocupar siempre un lugar de supremacía, por encima de toda tradición y de toda formulación teológica. Sólo la Escritura es plena y exclusivamente normativa.

LA INTERPRETACIÓN LIBERAL

Surge este método dentro del liberalismo teológico que tuvo sus inicios a mediados del siglo XVIII, se desarrolló en diversas fases y mantuvo su primacía en amplios sectores protestantes hasta bien entrado el siglo xx. No se distingue el liberalismo por la homogeneidad de conceptos de sus defensores -a menudo muy dispares entre sí-, sino por la coincidencia en unos principios que se consideraban fundamentales en el desarrollo de la teología. Tales principios pueden resumirse en la siguiente enumeración:

a) Libertad de pensamiento y de acción, lo que equivalía a la eliminación de toda traba impuesta por los prejuicios y convencionalismos tradicionales.

b) Como consecuencia del principio anterior, una actitud de gran reserva o de franca hostilidad hacia cualquier forma de coerción o autoridad externa.

e) Autonomía y supremacía de la razón, aunque no se concretaba ni la naturaleza de ésta ni su alcance, y a pesar de que en algún momento se dio prioridad al sentimiento.

d) Exaltación del hombre como centro del pensamiento y de la experiencia religiosa.

e) Adaptación de la teología ahora a la filosofía, a las ciencias naturales e históricas.

f) Apertura constante al cambio en los conceptos teológicos en la medida en que el progreso cultural lo hiciese aconsejable.

MÉTODO HISTÓRICO-CRíTICO

El movimiento de investigación histórico-crítica tiene sus raíces en la expansión del humanismo renacentista, aunque no adquiere fisonomía propia hasta la época de la Ilustración. En cierto modo, puede ser considerado producto del liberalismo teológico; pero como método hermenéutico pronto adquirió identidad propia y una vitalidad que lo ha hecho perdurar hasta nuestro tiempo. En muchos sectores de la ciencia bíblica se ve en él un instrumento indispensable; en algunos, el método por excelencia. Su finalidad es descubrir el sentido de los textos bíblicos dentro del contexto de la historia de Israel, en el caso del Antiguo Testamento, o de la primera tradición cristiana en el del Nuevo Testamento En cualquier caso, se trata de llegar a la interpretación aplicando científicamente la razón histórica mediante sus mejores técnicas. Este objetivo es loable. Y el método, correctamente aplicado, es útil. Incluye la investigación de datos tales como autor fecha en que el libro fue escrito, posibles fuentes de información usadas por el autor bíblico, fondo histórico, género literario, peculiaridades lingüísticas, información arqueológica o procedencia de otras fuentes literarias y cuanto de algún modo puede contribuir a iluminar el texto y determinar su significado. En la actualidad aun los exegetas más conservadores reconocen el valor de este método. Pero a lo largo de la historia ha sido usado a menudo con una subordinación total a presupuestos filosóficos, lo que lo ha privado de su carácter rigurosamente científico y no pocas veces ha conducido a falsas conclusiones que ponían en tela de juicio o negaban la veracidad histórica de numerosos pasajes bíblicos. Paradójicamente, en este mal uso del método histórico crítico han caído más los teólogos liberales que los historiadores.

MÉTODO TEOLÓGICO-EXISTENCIAL

A pesar de las discrepancias entre sus principales representantes y de la disparidad en los énfasis de cada uno de ellos, incluimos en esta sección, como un todo, aunque debidamente diferenciados, los sistemas de pensamiento teológico que coincidían en un punto común: la necesidad de situar nuevamente la Escritura fuera y por encima del predominio del método histórico-crítico, devolviendo a la teología el lugar que le corresponde. Esta es la razón por la que al nuevo movimiento se le ha dado el nombre de «Neo ortodoxia», aunque a juicio de muchos no pasa de ser una forma de «neoliberalismo». Analizaremos el método teológico-existencial a través de sus figuras más prominentes y sus escuelas respectivas.

Karl Barth

Es reconocido sin discusión como el teólogo más sólido del siglo xx. Su famoso comentario a la carta de Pablo a los Romanos y su Dogmática monumental son suficientes para justificar su gran prestigio. Para muchos de sus contemporáneos fue portavoz de un mensaje renovador; los salvó de la influencia enervante del liberalismo de los dos siglos anteriores y les permitió vivir una experiencia de fe auténtica. La exaltación de la soberanía de Dios y la incapacidad del hombre para llegar a conocerle -parte de su compleja dialéctica- mostraba la necesidad de la revelación divina. «Solamente el mismo Dios puede hablar de Dios». Pero Dios ha hablado. Su Palabra llega a nosotros con una fuerza que supera a todas las especulaciones humanas; y nos llega a través de la Escritura. Sus conceptos de revelación y de inspiración de la Biblia difieren notablemente de los de un teólogo conservador. Admite la existencia de errores de diversa índole en la Escritura, por lo que no acepta la inerrancia de ésta en el sentido «evangélico». La Biblia en sí no es revelación, sino testimonio de la revelación. No es la Palabra de Dios, aunque detrás de sus palabras está la Palabra. Sin embargo, sobre todo en la práctica, el respeto de Barth hacia la Escritura fue superior a lo que algunos creen. En lo que concierne a la interpretación de la Biblia, como hace notar Kurt Frór, «Karl Barth no ha creado ninguna teoría hermenéutica conclusa. Lo que sobre hermenéutica general y bíblica tiene que decir es una parte constitutiva de su doctrina sobre la Palabra de Dios y de la Escritura como testimonio de la revelación

EL MÉTODO GRAMÁTICO-HISTÓRICO

Hemos reservado para este método el último lugar no por ser en la historia de la hermenéutica el más próximo a nosotros, sino porque la primacía que sobre todos los demás le corresponde le hace acreedor a una atención y un espacio superiores. Es el primero de los métodos para la práctica de una exégesis objetiva. Como su mismo título indica, tiene por objeto hallar el significado de un texto sobre la base de lo que sus palabras expresan en su sentido llano y simple a la luz del contexto histórico en que fueron escritas. La interpretación se efectúa de acuerdo con las reglas semánticas y gramaticales comunes a la exégesis de cualquier texto literario, en el marco de la situación del autor y de los lectores de su tiempo. Es tarea del intérprete determinar con la mayor precisión posible lo que el hagiógrafo quiso realmente decir. Salvo casos excepcionales (algunas profecías, por ejemplo; véase 1 P. 1:10-12), los escritores bíblicos sabían bien lo que habían de comunicar, y su lenguaje, en toda su variedad de géneros y estilos, significaba lo que decía. Atribuir a un pasaje significados acordes con la «comprensión previa» o los prejuicios del intérprete, pero ajenos a la intención del autor, no es interpretar, sino violar el texto. Violación se comete también cuando de algún otro modo se pretende establecer una diferencia entre lo que los hagiógrafos pensaban y lo que escribieron, con lo que se trata de introducir en los textos, como propias de sus autores, ideas extrañas. El católico Edward Schillebeeckx, refiriéndose a «la distinción un tanto misteriosa entre "lo dicho" y "lo pensado" que hacen algunos», atinadamente escribe: «Mediante ella, se le atribuye a un autor la notable propiedad de no decir nunca lo que auténticamente piensa, y no pensar nunca lo que realmente dice. Esto tiene para el intérprete la cómoda consecuencia de poder introducir el texto sus propias intenciones. Lo cual resulta tanto más justificado cuando efectivamente el texto no ha dicho lo que quena decir, sea lo que fuere.» I Alude seguidamente a ciertos teólogos que dominan el arte de deducir más o menos lo contrario de lo que, por ejemplo, dijo en realidad un padre de la Iglesia. Lo único que quiero decir con esto en cierto modo jocosamente- es que normalmente –excepción hecha de algún género literario particular, por ejemplo retruécanos o sátiras- un autor dice de hecho lo que piensa, y piensa lo que dice., dentro de un determinado juego lingüístico, el sentido de lo dicho se encuentra "abierto" ante el destinatario. El método gramático-histórico, que ya tuvo sus antecedentes en la escuela de interpretación de Antioquía en el siglo IV (Teodoro de Mopsuestia y Juan Crisóstomo), fue revitalizado por los reformadores del siglo XVI. Tanto Lutero como Calvino insistieron en que la función del intérprete es exponer el texto en su sentido literal, a menos que la naturaleza de su contenido obligue a una interpretación figurada. Lutero escribía: «Hay poderosas razones para mis sentimientos, especialmente el que no debiera ser ultrajada la forma de las palabras de Dios ni por hombre ni por ángel alguno; por el contrario, siempre que sea posible, ha de preservarse su significado más simple; ya no ser que de modo evidente el contexto muestre lo contrario, deben ser entendidas en su sentido propio, escrito.» En otro lugar afirmaba: «Sólo el sentido simple, propio, original, el sentido en que está escrito, hace buenos teólogos. El Espíritu Santo es el escritor y el orador más sencillo que hay en el cielo y en la tierra. Por lo tanto, sus palabras no pueden tener más que un sentido simple y singular, el sentido literal de lo escrito o hablado. No menos enfáticas son las afirmaciones de Calvino: «El verdadero significado de la Escritura es el significado obvio y natural. Mantengámoslo decididamente... es una audacia rayana en el sacrilegio usar las Escrituras a nuestro antojo y jugar con ellas como si fuesen una pelota de tenis, tal como muchos antes han hecho.. La primera labor de un intérprete es permitir al autor que diga lo que dice, en vez de atribuirle lo que nosotros pensamos que habría de decir.» 5 Verdad es que la finalidad principal tanto de Lutero como de Calvino fue combatir los errores y excesos del método alegórico y que no llegaron a elaborar formalmente un sistema de interpretación gramático-histórico; pero consolidaron las bases sobre los cuales el método podría desarrollarse al enfatizar la supremacía del sentido manifiesto, literal, de la Escritura, así como el deber del intérprete de descubrir y exponer objetivamente lo que el autor expresó. El estudio gramático-histórico de un texto incluye su análisis lingüístico (palabras, gramática, contexto, pasajes paralelos, lenguaje figurado, etc.) y el examen de su fondo histórico. Consideraremos cada uno de ellos por separado. Pero antes hemos de referirnos a dos cuestiones preliminares: las lenguas de la Biblia y la autenticidad del texto.

Extractado de: Hermenéutica Bíblica. JM Martínez. Editorial Clie.

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