martes, 6 de octubre de 2009

Cristo El Modelo

Cuando el Señor Jesucristo habló de la responsabilidad

del cristiano que es el rendimiento completo

a Dios, usó la figura de la vid y el pámpano, y dijo:

«Permaneced en mí» (Jn. 15:1-17). Los resultados

de dicha vida que está en intima comunión con

Cristo son tres: 1) Su oración es 'eficaz: «Si moráis

en mí, y mis palabras moran en vosotros, pediréis

cuanto quisiereis, y os será hecho»; 2) su gozo es

celestial: «Estas cosas os he dicho, para que quede

mi gozo en vosotros, y vuestro gozo sea completo»;

3) su fruto es permanente: «Vosotros no me elegísteis

a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he

designado a fin de que vayáis y llevéis mucho fruto,

y permanezca vuestro fruto.» Se incluye en estos

resultados todo lo que es vital en la vida cristiana,

lo cual se obtiene por medio de la obediencia a todo

lo que Cristo nos ha mandado: «Si guardáreis mis

mandamientos, permaneceréis en mi amor; así como

yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y

permanezco en su amor.» Entonces, permanecer en

Cristo consiste sencillamente en entregarse a la voluntad

conocida del Señor, tal como Cristo se abandonó

a la voluntad de Su Padre.

La entrega de la vida a la voluntad de Dios no se

demuestra por medio de un solo acto tocante a un

problema especial; antes bien es decidirse a someterse

incondicionalmente a la voluntad de Dios como

norma de vida. Estar en la voluntad de Dios es

estar dispuesto a cumplir Su voluntad sin hacer referencia

a una cosa en particular que El exija.

Es elegir Su voluntad como definitiva aun antes de

saber lo que quiera que hagamos. Por lo tanto, no es

cuestión de estar listo a cumplir con cierto deber,

sino de estar dispuesto a cumplir con todo, cuando,

donde y como le parezca mejor a El en Su corazón

de amor. Es tomar la actitud normal y natural de

un niño que consiente con toda confianza a la voluntad

del padre aun antes que se le revele algo de

ella. Nunca será demasiado el énfasis sobre esta distinción.

Es muy natural decir: «Si El quiere que yo

haga algo, que me lo diga, y entonces me decidiré

a hacerlo o no.» A una persona con tal actitud de

corazón, el Señor no se manifiesta ni le revela nada.

Tiene que haber una relación de confianza en la

cual Su voluntad se acepta sin reserva una vez para

siempre. ¿Y por qué no? Nuestra indocilidad podría

expresarse a veces con las palabras del siervo malvado:

«Tuve miedo de ti, por cuanto eres un hombre

austero.» ¿Es duro y austero nuestro amante Salvador?

¿Hay esperanza alguna de que nosotros mismos

seamos tan sabios para escoger lo mejor, si nos

dirigimos a nosotros mismos? ¿Será posible que el

Padre, cuyo amor es infinito, maltrate a Su hijo?

¿O le descuidará?

No prometemos no pecar ni violar la voluntad de

Dios cuando nos rendimos a El. Tampoco prometemos

cambiar nuestros deseos. La actitud exacta de

nuestra parte se ha expresado en estas palabras:

«Estoy dispuesto a que se me haga dócil para hacer

Su voluntad.» Otra vez conviene decir, que la cuestión

de la rendición, cosa tan sencilla, instantáneamente

se complica, cuando se relaciona con una decisión

específica de obediencia. Se trata únicamente

de la voluntad de Dios en abstracto en la cual

tenemos la confianza de que en todo detalle El obrará

en nosotros lo que le agrada. Efectuará en nosotros

«así el querer como el obrar a causa de su buena

voluntad».

Puede ser que tengamos que esperar por mucho

tiempo para conocer Su voluntad; pero una vez se

nos revela, no habrá lugar para ninguna discusión

en el corazón que no desea apagar el Espíritu.

Muchas veces hay los que quieren entendel mejor

cómo se puede conocer la voluntad de Dios. A los

tales se les puede contestar:

Primero, Su dirección es solamente para los que se

han entregado para hacer lo que El escoja. A éstos

se les puede decir: «Dios puede hablar suficientemente

recio para que oiga el alma dispuesta a oír.»

Segundo, la dirección se conforma siempre a las

Escrituras. Podemos acudir siempre a Su Palabra en

espíritu de oración a fin de buscar Su voluntad;

pero es peligroso usar la Biblia como si fuera una

lotería mágica. No aprendemos el significado de un

pasaje por medio de «echar suertes». Tampoco descubrimos

la voluntad de Dios al abrir la Biblia y

aceptar el sentimiento del primer versículo que por

casualidad leemos. No es cuestión de suerte, ni nuestra

relación a Su Palabra es tan superficial que esperemos

hallar Su plan para nuestra vida leyendo

ciegamente un versículo que nos aparezca por casualidad.

Nos conviene estudiar y conocer las Escrituras

para que cada palabra de Su testimonio nos instruya.

Tercero, Dios no guía a Sus hijos por medio de

reglas. Dos de Sus hijos no serán dirigidos del mismo

modo, y es muy probable que ninguno de Sus hijos

será guiado dos veces exactamente de la misma

manera. Por lo tanto, las reglas pueden ser engañosas.

La espiritualidad verdadera consiste en una

vida libre de la ley que experimenta el poder del

Espíritu para llevar a cabo todo individualmente,

hasta el detalle más pequeño·.

Cuarto, la dirección divina es por medio del Espíritu

que mora en el cristiano. Por lo tanto, se deduce

que la dirección verdadera, en esta dispensación, se

efectuará por medio de un conocimiento interior

antes que por señales exteriores. Despues de llenar

fielmente los requisitos para la vlda espIfltual, tenemos

«la mente del Espíritu», capaz para convencernos

de lo malo, e impartirnos una convicción clara

de lo bueno.

Tomado del libro El Hombre Espiritual de Lewis Sperry Chafer

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